METALITERATURA

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Roma

7/22/2015 Crónicas

A-ROMA  que emana de esa ciudad  hermosa, impersonal y mundana.

¡Qué diversa que es!

Por:   Mendez Eduardo
 

A-ROMA  que emana de esa ciudad  hermosa, impersonal y mundana.

¡Qué diversa que es!

Ocupa el arco de todo lo que alguien se pueda imaginar de un lugar, de una ciudad, como de una mujer. No de una Dama.

Estuve con mi hijo, una semana de marzo… yo salía, él se quedaba en el hotel.

Pocas veces me acompañaba, yo inquieto por caminarle las calles. Por sentirla en mis zapatos.

Su sublime historia, que se escurre en el presente.

Siempre terminaba en la Termini, tomando un vino de chinos.

Igual me la traje puesta, la añoro; añoro eso que me hizo sentir sin hablarme, aunque creía que no estaba allí.

Son fugaces instantes, impetuosos, que me transportan, con una profunda extrañeza.

En uno de los días fuimos a un palacio. Dentro del mismo llore.

Al salir, seguía llorando.

¿Y ahora qué te pasa? Me preguntó mi hijo.

Nada le dije, en realidad me pasaba de todo.

Al margen de muchas cosas que la gente pueda pensar del catolicismo, le dije:

¡Qué a esto nadie lo toque! Mi rostro se acongojaba, se fruncía con ese amor angustioso, a medida que me iban brotando las palabras.

A lo largo de la historia, ¡de hecho nadie lo tocó!

Mi hijo me dijo,  tenés razón, eso ha sido así.

¿Por qué nadie lo tocó? ¡Ni siquiera eso implacable que son las guerras!

¿Qué hay ahí que transciende? Acaso sea que a ese lugar no lo marca el tiempo.

Me la traje, a pesar de que la tuve que dejar igual que a mi hijo, que un viernes por el mediodía se volvió a Milano. Me quedé solo como tantas veces,  pero esta vez fue en Roma. Necesitaba volverla a pisar pero esta vez,  con amor.

Esa tarde noche de viernes no sé cómo hice,  volví por lugares que recorrí por última vez en ese viaje. Algunos pocos. Rápido.

Casi sin el idioma, apenas me entendían.

Ese viernes también busqué a una romana, para atenuar mi falta, aunque sea por un rato.

En la Piazza del Popolo, sin el idioma y sin más que mi indecisión, me encuentro caminando sin rumbo y se me acerca a preguntarme, también sola, una mujer de mi edad.

Me puse nervioso, no sabía lo que me decía, pude captar algo por instantes y a medias, le contesté, percibí que algo me entendía, también poco, pero lo suficiente como para poder tomar un café en la plaza. Era de Potenza, no era romana,  Arminda se llamaba. Paseaba también por Roma.

Qué poco que pude saber de ella, todo era contrarreloj, fue fugaz, me tenía que ir a tomar el avión. Volaba el tiempo.

Quería, aunque sea traerme algo de ella, el teléfono, pero ¿para qué? pensé.

Su mirada me conformaba mientras hablábamos entrecortados con nuestros recuerdos tan ajenos. Y lejanos el uno del otro.

Ni el aroma de ella me traje. Pobre Roma, pobre Arminda se volvió sin mí.

Qué anagrama.