METALITERATURA

Beca Creación 2021. Fondo Nacional de las Artes 2021.



El retraso de la mirada

6/29/2022 Improbables

Sobre Ferro, Roberto Un ejemplar único, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2022

Atravesando los estertóreos terrenos del devaneo infinito, se yergue la escritura tantas veces transitada como una nueva materialidad conjurada como contienda...

Por:   Rotundo Laura
 

Atravesando los estertóreos terrenos del devaneo infinito, se yergue la escritura tantas veces transitada como una nueva materialidad conjurada como contienda, no tanto por su cautelosa articulación con lo narrado como un modo de conspirar contra la pérdida o por su tensión constante con el tiempo, sino como una sutileza apenas vislumbrada a través del cristal tenue, veteado, de los márgenes infames, seductores, fáusticos, de la puesta en marcha de la maquinaria de la ficción. Las experiencias atravesadas por la escritura como hebras de un trenzado atípico que se sucede de manera inadvertida en el trajín incansable y abrupto de lo cotidiano, obran como apoyo inicial para que se recueste, acompasado y febril, el debate incansable que la existencia misma de la novela pone en tensión como artefacto inalterable y legible, múltiple y factual, acérrima e inasible.

La maleabilidad de la escritura, su potencial de emular infinitos sentidos, pervierte al texto en sus ansias de traspasar las configuraciones personales del orden establecido acusando que la propia existencia, deviene múltiples minoritarios de lo mismo en lo otro, cuando es puesta en discusión desde perspectivas que conceden y coquetean con la noción misma que esgrimen. La textualidad traspasada por la experiencia, y la experiencia atravesada por la textualidad, confiscan las aristas de lo usual al inmenso cataclismo de los posibles narrativos que mudan y se entrometen entre las secuencias articuladas.

La novela de Ferro, como otro de sus manifiestos detractores del texto unívoco y transido excesivamente de sucesos atrapantes e inocuos, propone examinar las relaciones entre escritura y vida desde una perspectiva compleja, al mismo tiempo que pone en discusión la cuestión de la autoría en tensión con la figura del narrador; siempre a caballo entre ser una persona o un personaje, sosteniendo una doble escritura que pasa del cuaderno negro como fetiche del diario del intelectual a la novela como borrador que necesita la firma de autoridad para ser parte del circuito.

Enhebrando con avidez y a destiempo las junturas de las acciones que trascienden de hechos a reflexiones, sosteniendo una distancia nueva entre el acto y el desciframiento como si no fuese si quiera necesario tocarlas para que confeccionen la trenza, Cáceres va proponiendo diferentes escenarios por los que transcurre la trama como una excusa para indagar las necesidades reales del texto de pertenecer a un género, las del narrador de ser una persona y las del personaje de ser quien se atreve a develar el misterio o poner en escena la posibilidad de escapar de las ataduras de ser uno mismo u otro. En tal caso las palabras en el papel son de una realidad excesiva como para escapar al anhelante marco de autoría indiscutido que exige el mercado.

Desde un movimiento que viene transitando a lo largo de sus últimas novelas, Cáceres entreteje las escenas amparado por el nombre de un escritor reconocido que firme sus relatos; escondido detrás de la espalda de un Roberto Ferro cada vez más borrado de la escena pero más involucrado en la secuencia real en tanto habilitador de su escritura, se permite cuantificar los entreveros para acrecentar el simulacro de que es necesaria la proliferación de acciones y que la literatura es un campo vastísimo -desde el objeto libro hasta el sentido literario- al respecto de las expectativas de los que están y los que no involucrados realmente en el mundo literario.  

Cáceres, un personaje que ha sabido ser -a lo largo del tiempo y de las novelas- un hábil soguero de los caminos de la escritura, artífice del trenzado de los tientos de lo real en las páginas de las novelas, se mantiene en esta ocasión alejado de las repeticiones, de la intervención física, de la posibilidad de augurar resoluciones posibles entre las diferentes facetas que proclaman las expectativas de los otros en relación con los libros, con la memoria, con la vida, con el pasado. Entonces, se yergue como un nuevo ejemplar -único- que ya no pone manos a la obra como un territorio de la escalada o el ascenso de las maniobras proclives a devenir historias; sino que interviene de manera paralela en la conjunción de los papeles que le son asignados a partir de la demanda de los que intentan acercarse a él en busca de lecturas posibles de lo real para descubrir los entramados de la vida.

El paso del tiempo le ha significado aciertos y proezas; siempre a partir de una lectura ficcional de lo real -dentro de la narración- ha logrado llegar a esclarecer toda clase de enigmas; pero en este caso es el tránsito como modo de operar lo que se agita por los pasillos de la novela como una memoria plasmada, recreada y reconstruida, en busca de una comprensión diferente  que subyace a la idea de vivir leyendo lo real como una ficción policial e intentando mantenerla a resguardo de su propio olvido.

Como un vendedor de libros raros que accede a las historias a partir de su mirada diferente, estrábica, detenida, para poder entrever los relatos y anticipar los desenlaces, esta vez se abstiene de la resolución, de dar cierre a las hebras acuñadas para dejar abierta la idea de que lo real en la escritura no es el orden en el que se concibe la ficción sino eso que invade el imaginario mismo sobre el que se está trabajando de manera que el exceso de verdad atraviesa las figuras que juegan a ser personajes. Si una huella de sangre en un libro es solo una evidencia jurídica que sirve para librar de la prisión a un inocente, entonces la lectura es solo pasajes de ficción que terminan en la elección acertada que sostenga la trama ficcional y la resuelva de manera tal que el lector quede sorprendido en ese instante y luego pueda desentenderse del conflicto de ser un lector. Fáctica y reluciente -inconclusa-, la novela no termina donde se cierra la trama, sino donde comienzan a significar la historia y la vida.   

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