Borges y la industria cultural (1942). Un duro comienzo.

1/12/2016 Textos

Entre octubre de 1936 y abril de 1958, Jorge Luis Borges colaboró en la revista El Hogar. La primera recopilación de estos trabajos fue la antología hecha por Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal[1]. Los 208 trabajos reunidos en el libro abarcan desde notas de opinión sobre el mundo cultural, breves biografías de escritores y sucintas reseñas bibliográficas.

 
Por:   Danilo Albero Vergara

Borges y la industria cultural (1942). Un duro comienzo.

 

Entre octubre de 1936 y abril de 1958, Jorge Luis Borges colaboró en la revista El Hogar. La primera recopilación de estos trabajos fue la antología hecha por Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal[1]. Los 208 trabajos reunidos en el libro abarcan desde notas de opinión sobre el mundo cultural, breves biografías de escritores y sucintas reseñas bibliográficas. El conjunto de estas notas constituye un corpus literario en el que se pueden ver las búsquedas de Borges de lo que habría de ser luego su poética, como dice Sacerio-Garí en el prólogo: “Las reseñas de Borges no describen el llamado ambiente de una obra, ni señalan gratuitamente hacia un catálogo de escritores parecidos al autor reseñado. Su crítica es la recreación de las funciones de una lectura en busca de una coherencia intertextual. Borges sigue leyendo en El Hogar, definiendo la literatura de su época”[2]. Esta búsqueda de Borges se orientará a elaborar una teoría de su poética del cuento, coincidente en lo estructural con la del cuento policial clásico, tal cual lo había desarrollado Poe. Y la impronta de esta poética permanecerá a lo largo de la obra narrativa de Borges en la serie que arranca con su primer libro de cuentos, El jardín de los senderos que se bifurcan, y en torno al cual se dará, en 1942, una batalla estética de inusitada dureza, pero sigamos en orden cronológico con Textos Cautivos: Ensayos y reseñas escritas en el Hogar .Así, ya en la sexta nota de la antología de El Hogar, Borges, en su reseña de Half Way House de Ellery Queen, dirá: “En la historia del cuento policial (que data del mes de abril de 1841, fecha de la publicación de 'Los Asesinatos de la Rue Morgue' de E. A. Poe), las novelas de Ellery Queen importan una desviación, o un pequeño progreso. Me refiero a la técnica... propone como los otros una explicación nada interesante, deja entrever (al fin) una solución hermosísima, de la que se enamora el lector, la refuta y descubre una tercera, que es la correcta”[3] -el subrayado es mío-. Sobre la base de este comentario inicial, a lo largo de Textos Cautivos se irán tejiendo una serie de opiniones y teorizaciones afines, donde Borges va relacionando la forma y estructura del cuento clásico -tal cual se lo toma a partir de los ensayos de Poe-, coincidente con el cuento policial.

Este “orden narrativo” es principio, medio y fin, con un remate que sorprenda al lector. Además, las claves de este remate deben estar dadas en el relato. Esta liaison, planteada en los artículos de El Hogar, será una constante en la estética de Borges, a la que el paso de los años ayudará a pulir y ganar en concisión. Así, cuarenta años después de sus artículos en El Hogar, en una conferencia en la Universidad de Belgrano, Borges dirá, a propósito del cuento policial: “De Edgar Allan Poe de quién deriva el simbolismo de Baudelaire, que fue discípulo suyo..., derivan dos hechos que parecen lejanos y que sin embargo no lo son. Deriva la idea de una literatura como un hecho intelectual y el relato policial. El primero -considerar la literatura como una operación de la mente, no del espíritu- es muy importante. El otro es mínimo, a pesar de haber inspirado a grandes escritores...”[4] -el subrayado es mío-.

Este rumbo trazado en lo estético lo llevará a una reescritura de otro clásico del cuento, “The Killers”, de Hemingway, traducido como “Los asesinos", en este cuento aparecen todos los elementos caros a Borges: economía narrativa, precisión verbal y un montaje estructural de orfebre. Pero tiene un inconveniente, una paradoja casi “borgeana”, es una suerte de manifiesto literario de la “teoría del iceberg” de Hemingway y es considerado un texto canónico en los seguidores de los llamados "cuentos de final abierto", que demandan la supresión del final y ocultarles ciertos detalles al lector[5]. Sea como sea, el 27 de agosto de 1950 Borges exorciza este fantasma y publica en La Nación su cuento “La espera”[6], donde reescribe “The Killers”, pero lo ambienta en nuestro país y con un final cerrado -el principal protagonista es asesinado-. Podríamos resumir diciendo que, en Borges, lo innovador de su narrativa no está dado por lo formal sino por su desarrollo temático, donde él cruzará el género fantástico con el rígido esquema estructural del cuento policial clásico. En efecto, cuentos como “Las ruinas circulares” o “El milagro Secreto”, por ejemplo, son, en lo formal, absolutamente decimonónicos, también en la elección temática, el género fantástico. Esto no es novedoso, Poe lo trabajó en casi toda su narrativa, también lo habían hecho otros escritores en nuestro país -Lugones, Holmberg, Quiroga-. Pero Borges le agrega un par de condimentos inquietantes, entre otros: la biografía, la cita falsa y la bibliografía apócrifa; desgraciadamente, nuestra industria cultural a principios de 1940 apuntaba hacia otros rumbos. Y es en este cruce estético, donde Borges se encuentra embanderado en una polémica en 1942. Vamos por partes.

A fines de diciembre 1941 Sur edita El jardín de los senderos que se bifurcan, volumen que recopila los cuentos de Borges publicados, entre 1939 y 1941, en la revista Sur. La razón de esta prisa fue presentar la obra al Premio Nacional de Literatura, correspondiente al trienio 1939-1941. Es bueno recordar esta decisión de Borges de empezar a escribir cuentos tal cual él nos la refiere[7]. En Nochebuena de 1938 Borges tuvo un accidente -recreado en su cuento “El sur”- que derivó en una infección primero y en una septicemia después, que lo tuvo casi un mes en cama; a raíz de este incidente, temió que no podría volver a escribir. Nada más convalecer, pensó que si trataba de escribir un poema, una reseña o un ensayo, tal cual venía haciendo de manera regular, y fracasaba significaba que estaba afectado intelectualmente. En cambio, al probar con un género que no había intentado antes, esa constatación no sería tan dolorosa. Esta sumatoria de accidente, racionalización y "poética en agraz", y madurada en sus corsi e ricorsi como articulista de El Hogar, fructifica en “Pierre Menard autor del Quijote”, publicado en Sur en 1939, seguirán en la misma revista: “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” -mayo, 1940-, “Las Ruinas circulares” -diciembre, 1940-, “La lotería en Babilonia” -diciembre, 1941-, “Examen de la obra de Herbert Quain” -abril, 1941-, “La biblioteca de Babel” -cuyo texto precursor fuera publicado con el título “La biblioteca total” en Sur en 1939-; el único cuento inédito era el que daba título al libro.

Las razones de la presentación del libro El jardín de los senderos que se bifurcan al Premio Nacional de Literatura no obedecían sólo a motivos estéticos, Borges se desempeñó entre 1938 y 1947 como bibliotecario de la Biblioteca Municipal Miguel Cané con un sueldo inicial de doscientos diez pesos. Años después, el escritor recordará este período como de inmensa penuria económica y humillación, por un lado su nombre crecía y empezaba a ser conocido, por otro seguía siendo un funcionario casi ignorado en una biblioteca. Los 20.000 pesos del primer premio, 12.000 del segundo y 8.000 del tercero del Premio Nacional de Literatura consistían en un aliciente extra literario nada desdeñable. Los resultados de ese concurso se dieron conocer en julio de 1942: primer premio para Eduardo Acevedo Díaz por su novela Cancha Larga, segundo para César Carrizo por Un lancero de Facundo, crónica novelada y tercero para Pablo Rojas Paz por su colección de relatos El patio de la noche. El jurado estuvo formado por Alvaro Melián Lafinur, Eduardo Mallea, Enrique Banchs y Roberto Giusti -director de la revista literaria Nosotros.

Borges sufrió el veredicto con aparente resignación. No así sus amigos nucleados en Sur, quienes prepararon un acto de desagravio, dedicarle el número 94, correspondiente a julio de 1942; cuya edición fue cuidadosamente preparada ya desde el color de la tapa. A Borges no le gustaba el color verde, así la portada luciría un vistoso rojo sangre de buey. El número fue titulado Desagravio a Borges e incluía veintidós artículos firmados por colaboradores de la revista. Coincidentemente Roberto Giusti creyó oportuno hacer algunas aclaraciones sobre los pareceres del jurado en un largo artículo del número de julio de Nosotros. Veamos las palabras de Giusti: “Se ha hecho particular hincapié en la exclusión del libro de Jorge Luis Borges El jardín de los senderos que se bifurcan. Alguna explicación tendrá el hecho de que siendo indudablemente conocida y respetada la personalidad de Borges por los miembros del jurado, su último libro de cuentos, con ser muy ingenioso y estar escrito con admirable pericia artística en una prosa de notable precisión y elegancia; no haya obtenido ni un solo voto... quizás quienes se decidan a leer el libro hallen su explicación en su carácter de literatura deshumanizada, de alambique, más aún de oscuro y arbitrario juego cerebral que ni siquiera puede compararse con el juego de ajedrez... Si el jurado entendió que no podía ofrecer al pueblo argentino, en esta hora del mundo, con el galardón de la mayor recompensa nacional a una obra exótica y de decadencia que oscila, respondiendo a ciertas desviadas tendencias de la literatura inglesa contemporánea, entre el cuento fantástico, la jactanciosa erudición recóndita y la narración policial; oscura hasta resultar a veces tenebrosa para cualquier lector, aún para el más culto (excluimos a los iniciados en esta nueva magia)”[8] -el subrayado es mío-; Roma locuta, causa finita.

Hoy resulta curioso que los cuentos de El jardín de los senderos que se bifurcan -reeditado con el título Ficciones desde 1946-, algunos hoy leídos en colegios secundarios, haya generado tanto rechazo y la hiperbólica justificación: “si el jurado entendió que no podía ofrecer al pueblo argentino, en esta hora del mundo”, entusiasmo censor identificado con las ideas totalitarias que proliferaban por aquellos tiempos: nazi, fascista o estalinista; algo inesperado en el socialista Roberto Giusti. De cualquier manera, la diplomacia y el cuidado de las palabras no eran el fuerte de Giusti "...obra exótica y de decadencia que oscila, respondiendo a ciertas desviadas tendencias...", parecen sacadas del folleto de la exposición nazi Entarte Kunst -Arte Degenerado- de 1937.

La explicación hay que buscarla en los gustos dominantes en la época, que se orientaban hacia al ensayo y al realismo. La vieja polémica de finales del la década del veinte entre los martinfierristas y el grupo de Boedo -vanguardistas versus defensores del realismo-, movió a escritores de izquierda como Barletta y Stanchina a cerrar filas en torno a la narrativa del nacionalista ramplón Manuel Gálvez, uno de los abanderados de la llamada “novela realista”, quien, a su vez, era íntimo de otro escritor “realista”, Gustavo Martínez Zuviría, más conocido por su seudónimo, Hugo Wast, con el que firmó varias novelas de corte antisemita. Pero esta vieja polémica entre vanguardistas y realistas, a principios de la década del cuarenta había resultado en una hegemonía de los segundos, en una extraña entente de narradores socialistas, comunistas ortodoxos, revisionistas históricos de derecha y germanófilos pro nazis. Sin embargo, los resultados del Premio Nacional de Literatura y las desafortunadas declaraciones de Giusti en Nosotros lograron que la reversión de esa tendencia se hiciera visible y los escritores de izquierda pasaron a ver con simpatía a Borges y su escritura por ser un escritor proscripto de la “literatura oficial”. La prueba más evidente la da el número de julio de ese año de la revista Conducta, dirigida por Leónidas Barletta, otrora apologista de Gálvez; en ese número, Conducta hace un homenaje a Roberto Arlt, que acababa de fallecer. Ninguno de los once articulistas coinciden con los que desagravian a Borges en Sur pero El jardín de los senderos que se bifurcan es mencionado en dos oportunidades de manera elogiosa o positiva.

Hoy, enero 2016, es posible ver en aquella polémica ecos de la situación mundial y continental. En 1941 los Estados Unidos habían entrado en la guerra y la casa editora Farrar and Reinhart de Nueva York lanzó el “Concurso de Novelas Inéditas Latinoamericanas” y no es aventurado ver detrás de él otros intereses, más afines con la “política del buen vecino” de Roosevelt -Franklin Delano, no Theodore- que con lo meramente literario. Esta política cultural de acercamiento con la América al sur del río Bravo para sumarla la causa de los aliados configura un verdadero ur boom de la cultura iberoamericana; abarca desde el apogeo de la brasileña Carmen Miranda, cuyos discos y películas tuvieron extraordinario suceso en la época, al viaje de Walt Disney por Iberoamérica y la inclusión de personalidades nativas y personajes folklóricos en su iconografía fílmica. Como muestra de este viaje baste recordar al Pato Donald bailando con Carmen Miranda y a Ze Carioca en Los tres caballeros y también la amistad de Disney con nuestro compatriota Molina Campos y el posterior contrato de éste como dibujante de los estudios Disney -los trazos de Molina Campos dejaron una impronta en las películas de Disney, el parentesco de sus gauchos de los “Almanaques de Alpargatas” con los personajes latinos o los villanos de Disney es evidente: desde el capitán Garfio de Peter Pan a los cantineros italianos de La dama y el vagabundo-. Esta política de los Estados Unidos para relevar y ordenar culturalmente su “patio trasero” trajo aparejada la búsqueda y definición de modelos, y la consigna bien pudo ser “vamos todos juntos pero no entreverados”; el reconocimiento de una "cultura latinoamericana" implicó la definición de “lo latinoamericano” y se evidenció en los productos culturales que fueron consumidos, aceptados o premiados. Volvamos al “Concurso de Novelas Inéditas Latinoamericanas”.

En 1942 la revista Nosotros -a cargo de la preselección del “Concurso de Novelas Inéditas..." de la editora Farrar and Reinhart para Argentina y Uruguay”- anuncia, con motivo de la segunda edición: “ ...concurso que se ha organizado por el conducto de la Oficina de Cooperación Intelectual de la Unión Panamericana, contando al mismo tiempo con la colaboración de importantes organismos culturales de las Repúblicas Americanas y Puerto Rico...”[9]. No es aventurado ver la identificación de Giusti y Nosotros con el nuevo canon estético “latinoamericano” que se estaba gestando en la Oficina de Cooperación Intelectual de la Unión Panamericana. Y los criterios de ese concurso afloran en el primer premio en 1941: El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría, hoy considerada una obra epigonal del ciclo de novelas de la tierra; Carlos Onetti con Tiempo de abrazar fue uno de los finalistas.

En descargo de la -poco feliz- declaración de Giusti sobre El jardín de los senderos que se bifurcan podemos alegar que ni siquiera Borges escapó de esta manera de ver nuevas tendencias, porque ese mismo año -1941- fue, junto con Norah Lange, jurado en un concurso organizado por Editorial Losada, el primer premio fue otorgado a Bernardo Verbitzky por su novela Es difícil empezar a vivir -que hoy nadie recuerda-, y el segundo premio le correspondió a Onetti por Tierra de nadie. En materia de nuevas búsquedas estéticas es tan fácil ser víctima como victimario; en 1941 Borges leyó a Onetti con los mismos prejuicios que el jurado del Premio Nacional de Literatura lo leería a él en 1942.

Dentro de este contexto el número 94 de Sur es una declaración de principios y es revelador el artículo de Bioy Casares con respecto a El jardín de los senderos que se bifurcan, donde se aprecia, claramente, el rechazo que está surgiendo en torno a las “novelas de la tierra” y el realismo literario. Dice Bioy Casares: “Tal vez algún turista o algún distraído aborigen inquiera si este libro es ‘representativo’... colaboran en la tendencia las ideas fascistas (pero más antiguas que ese partido) de que deben atesorarse localismos, porque en ellos descansa la sabiduría, de que la gente de una aldea es mejor, más feliz, más genuina que la gente de las ciudades, de la superioridad de la ignorancia sobre la educación, de lo natural sobre lo artificial... la idea de que todo literato tiene que ser labrador o, mejor aún, un producto de la tierra... Son también estímulos de esas tendencias la fortuna literaria que han logrado algunas selvas del Continente... Creo, sin ninguna vanagloria, que podemos decepcionarnos de nuestro folklore... podemos prescindir de cierto provincialismo del que adolecen ciertos escritores europeos. Es natural que para un francés la literatura sea la literatura francesa. Para un argentino es natural que su literatura sea toda la buena literatura del mundo... y de la Argentina posible y quizás venidera que le corresponde, este libro es representativo”.

Con respecto a Borges, no hay duda que el resultado del concurso lo marcó profundamente, en lo personal se toma una venganza literaria en su cuento “El Aleph”, publicado en Sur en 1945, donde hay algunas referencias concretas a nombres y temas que fueron protagonistas del incidente de 1942. En lo estético condensará en “El escritor argentino y la tradición”, conjunto de conferencias dictadas en el Colegio Libre de Estudios Superiores entre enero y marzo de 1953, al cual la generación de escritores, embanderada en el boom reconocerá como un texto canónico. Para esta época, los libros de Borges son conocidos en aquellas ediciones de Emecé de tapas grises y dos años después, en 1955, cuando el oficialismo golpista de la “Revolución Libertadora” reivindique sus méritos literarios, la izquierda se unirá a su enemigo visceral, el peronismo, para atacarlo.

 



[1] Sacerio-Garí, Enrique y Emir Rodríguez Monegal (Editores), Textos Cautivos: Ensayos y reseñas escritas en el Hogar (1936-1939), Buenos Aires, Tusquets, 1986.

[2] Id., p. 30.

[3] Ibidem, p. 40.

[4] Borges, Jorge Luis, Borges, Jorge Luis, Borges Oral, Buenos Aires, Emecé-Editorial de Belgrano, 1979, p. 68.

[5] Hemingway se encargará de aclarar que, para lograr este efecto, el escritor debe saber exactamente qué cosas resuelve omitir.

[6] A partir de 1952, incluido en El Aleph.

[7] Borges, Jorge Luis, Autobiografía, Buenos Aires, El Ateneo, página 109.

[8] Nosotros (julio, 1942), páginas 114-116

[9] Nosotros -abril, 1942- páginas 102-103.