METALITERATURA

Beca Creación 2021. Fondo Nacional de las Artes 2021.



Salvajada de Mauricio Kartun dirección de Luis Alberto Rivera López por Ana Abregú

3/2/2024 En escena

Dirigida por Luis Rivera López, adaptación de Mauricio Kartun del cuento Juan Darién, de Horacio Quiroga. Belleza y encantamiento en este espectáculo musical, versión que se repuso en el Metropolitan. Sala llena.

 

Por:   Abregú Ana
 

¿cómo ser

y estar, sin darle cólera al vecino?

vales más que mi número, hombre solo,

y valen más que todo el diccionario,

con su prosa en verso,

con su verso en prosa,

tu función águila,

tu mecanismo tigre, blando prójimo.

 

César Vallejo

 

Por Ana Abregú.

 

Hay una paradoja ancestral en el diseño de esta adaptación del cuento Juán Darién, de Horacio Quiroga: la dicotomía cultura humana, propensión animal, la transmutación de almas, la especificad de la educación por sobre el instinto; asistimos a la interpretación de dos miradas, escritor (Horacio Quiroga), adaptador (Mauricio Kartun) sobre los condicionantes de la naturaleza para cada especie y el comportamiento filogenético actuando como protección de la propia. Un cachorro tigre –yaguareté–, convertido en humano desde niño (Pablo Mariuzzi y títere), sometido al control de la educación, costumbres, convivencias; pactos que el hombre hace con el hombre como sistema evolutivo gregario; y el tigre, el animal que porta barrotes en la piel para mimetizarse, que parece no ser útil en el mundo del hombre, donde los cerrojos son otros.

Konrad Lorenz, el padre de la etología –el comportamiento comparado–, en su libro La agresión el pretendido mal revela la necesidad del componente de agresión para subsistencia de la especie, este hecho se corporiza en la obra: el humano no necesita ver las rayas para notar el intruso; y al intruso se le pide que anule su naturaleza, la que le sirve para su propia sobrevivencia, con el objetivo de encajar entre los hombres.

La evolución del hombre necesita de instrumentos, entre ellos: la manada, la que se defiende del diferente, del que no pertenece; la crueldad es la herramienta que detona el desequilibrio social; el intruso emite señales, paradójicamente, el intruso es intruso por no participar de la crueldad, por tratar de morigerarla, por eludir las agresiones y discriminación; el combate territorial del hombre contra lo distinto no puede escapar a la mirada: el pelo del intruso es extraño, fuera de norma, por momentos en el límite de su paciencia, algún gruñido, muecas, asistimos a la cooperación como elemento de resistencia frente a la amenaza. Hay cierta paradoja con el paralelo del significado del pelo en desorden, hirsuto, determinado a sus propias normas de rebeldía: el bigote del cazador de tigres (Gustavo Masó), tan desnormado en tamaño y forma como el pelo de Juan. Qué lo hace pertenecer a uno y no al otro: la violencia. El cazador mata tigres es la norma, Juan es pacífico, dócil.

Juan (Pablo Mariuzzi) es provocado por los otros niños, que por momentos detonan sus mecanismos ancestrales de tigre –por otra parte, paralelamente el de los niños con los suyos, los niños son crueles con el diferente, aún no tienen el condicionamiento social para tolerar o respetar al distinto, sin embargo, en esta obra, los adultos tampoco–, que asoma a la superficie en gestos, sonidos, en la apariencia de su pelo; la analogía de comportamientos con diferentes armas se reconocen como un reflejo de la sociedad, cada uno replegado en su propio sistema: contra el otro; así como para el tigre –luego aparecerán los colegas de especie, otros tigres–; situación desigual que no ha cambiado cuando una especie ha podido “calzarse” en la otra, las apariencias no ocultan los hechos.

Las otras máscaras son numéricas: títeres de arte figurativo, el peso de la multiplicidad contra uno, produce reflexión, ternura –relación con el monstruo de Frankenstein huyendo de la incomprensión.

Juan sutura el alma en el corazón vacío de una madre (Valentina Bassi) a la que se le ha muerto el niño; el amor maternal se abstrae de lo verosímil y resurge en la metáfora de pacto entre naturaleza y justicia u oportunidad, dos hechos coinciden: el cachorro tigre, huérfano por la crueldad de los hombres, el amor de una madre con anhelo por el niño muerto, natural y consecuente, lo amamanta. Como si la naturaleza hiciera y deshiciera bajo un sentido de justicia humana.

Desde donde estaba se veía claramente la mano de un bebé, que asoma en la cuna y tocar los dedos de la madre, allí donde ella dejó al cachorro de tigre. Fue un segundo, y no estoy segura que se pudo ver desde toda la sala, pero me produjo un estremecimiento porque podría jurar que vi moverse la manito, real y conmovedor gesto.

La puesta en escena es intensa en colores y volumen; la selva misionera, los matices; al borde de la selva, Juan crece, hasta que su madre muere, aún él en edad escolar. Aquí aparece un elemento desconcertante –en la adaptación de Kartun–: la culpa, el de acto u omisión que dicta la pacificación que ha aprendido de la madre, el juicio moral de la conducta a la que Juan se somete incluso de pensamiento y dictamina su comportamiento social solo es respetado por el propio Juan. Juan ha intentado defenderse, el descontrol, piensa Juan, produce lo trágico: la madre muere –la muerte, un tópico quiroguiano que en el guion de Kartun se convierte en un narrativo visual esplendoroso, ajeno a la melancólica fatalidad de Quiroga –. Juan hará lo que le enseñaron: seguir yendo a la escuela, soportando las burlas, tratando de contener el acto de defensa.

La ropa, las situaciones, me hicieron pensar en aquella novela de Arguedas, Todas las sangres –representación del aporte de la inmigración en las personalidades y valores de la sociedad en la que Juan está intentando encajar– podemos ver en los detalles de cada personaje y las voces y diálogos que con aféresis, instalan en el espectador la denuncia contra la presión de la sociedad.

Los hechos se relatan con la narradora (Mónica Felippa) que rompe la cuarta pared; hay un artefacto de construcción de títere incorporado a este personaje que es extraordinario, leves movimientos y por momentos, humana, otros, pitón, boa, pitonisa, que habla, alternativamente con la configuración humana o como el ofidio, la bicha, la anaconda. No trata de alguien que lee el futuro o lo adelanta, sino que relata el suceso, a veces interpreta, a veces revela, a veces acompaña lo que ocurre en el escenario.

Simbólicamente, las serpientes erigidas por druidas y navajos; chinos; brahmanes y apaches y en las cosmogonías del continente americano es representación de sabiduría, prudencia, fortaleza, longevidad, inmortalidad, linaje de etnoconocimiento; personaje admirable en el artilugio del cambio entre humana y ofidio. Arte y diseño del titiritero Alejandro Mateo –Aquel de la genial puesta, Segismundo.

Este compartir el cuerpo entre un ofidio –la anaconda, propia de las zona misionera, el mayor ofidio del mundo– y humana, no deja de tener relación con la conversión de Juan, él –como la pitonisa– lleva adentro a otra especie; la narradora, voz envolvente, propicia el ambiente que aporta el efecto de espacio inmanente. El ofidio, como ser encantador capaz de interferir con seductores argumentos decisiones de humanos.

Hasta que ingresa el “otro” (Carlos Belloso), pero otro distinto a Juan. El inspector es humano, reviste otra característica de lo humano: la deshumanización por el cargo: el Ministerio. El “otro”, pero de la misma especie: humano. Se presenta amenazador, altivo, agresivo, tiene autoridad. Detecta en Juan su “animalidad”. Hay sobreexposición a la naturaleza ética de la “etiqueta”, el inspector, el tigre, los gurises –niños de la escuela–, la maestra, la Cooperativa; elementos del nominalismo, convenciones que dan cuenta del poder, la autoridad, la sustitución de la naturaleza por concertaciones entre los hombres.

La escenografía es espectacular: movimientos de bastidores, el pueblo, el circo, la cascada, los ojos de la selva, el contexto. Nada que se describa, ni la más detallada écfrasis puede suplantar el estar inmerso en el exquisito trabajo escenográfico.

Los personajes, lujuria de lenguaje y vestuario: tipos de género de tejidos, alpargatas, cintos, ropaje del dueño del circo, carromatos; notable composición del fenómeno de siameses: movimientos en 360 grados en articulaciones que no parecen posibles; así como los fenómenos, mujer barbuda, duende.

Las elecciones de elemento modulan el espacio y enfatizan las interpretaciones, el guión, los gestos, la ropa; el dueño del circo (Carlos Belloso), trasciende el espacio, lo llena, lo constituye; el marco escénico se expande y adquiere una dimensión sobrenatural, como si el escenario se oblongara hacia el público. La narradora por momentos aparece en los costados del teatro, lo que amplifica el escenario.

El guion de Maurio Kartun, alto calibre, con complicidad intertextual, guiños de picardía, citas, apropiaciones, produce hilaridad con un humor “imperfecto”, al borde entre la ironía y el sarcasmo. Notable la composición de dicción de los personajes y la gestualidad de los cuerpos y movimientos que mantienen la atención sin declives.

La obra despliega la reinvención de utopías entre el amenazante desconocido exterior, la animalidad interior, el otro, el antogonismo cultural como hechos que se miran entre sí y producen el extrañamiento y paradojas del significado de la normalidad.

Humor, ternura, encantamiento que se corporiza con elementos del teatro negro, de títeres, musical, coro, danza; no parece que hubiera recursos sin aprovechar; lo estrafalario se percibe como belleza que desestabiliza el sujeto individual frente al conjunto con un aceitado elenco que compone el todo.

Y nada he escrito que se pueda suplantar por la experiencia de estar ahí, en la selva misionera en el teatro Metropolitan, la improta kartuniana y elenco; arte antiguo y entrañable, los títeres abren un mundo ilimitado donde la física y la realidad se hacen a un lado. Bella combinación de la estética del constructor y puntos de vista del escenógrafo consecuentes.

 

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Elenco (Por orden alfabético)

 

Valentina Bassi (Madre-Alumno-Pueblo)

Carlos Belloso (Inspector-Domador)

Mónica Felippa (Anaconda)

 

Diego Ferrari (Alumno-Pueblo- Hombre rata- Tigre viejo- Manipulaciones varias)

Carolina Guevara (Maestra- Siamés albino- Tigre)

Pablo Mariuzzi (Juan Darién-Tigre)

Gustavo Masó (Tape Chamorro- Tapecito)

Julieta Rivera López (Irupecita- Pueblo- Tigre- Manipulaciones varias)

Carolina Tejeda (Alumna- Cooperadora- Mujer barbuda-Tigre-Manipulaciones varias)

Blanca Vega (Alumna- Siamés albino- Pueblo-Manipulaciones varias)

 

 

FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA

 

Dramaturgia: Mauricio Kartun

Títeres: Alejandro Mateo

Escenografía: Alejandro Mateo

Diseño de vestuario: Alejandro Mateo

Realización de títeres: Guillermo Bechthold, Juan Bernabé Castillo, Jorge Crapanzano, Andrés Manzoco, Manuela Mateo, Francisco Sánchez Recondo

Música original: Daniel Garcia

Diseño De Iluminación: Luis Alberto Rivera López

Entrenamiento vocal: Fernanda Lavía

Asistencia de dirección: Marcelo Mendez, Alejandro Pellegrino

Preparador Físico: Marina Svartzman

Producción: Silvia Oleksikiw, Anabella Iara Zarbo Colombo

Coordinación artística: Sergio Rower

Coreografía: Marina Svartzman

Puesta en escena: Luis Alberto Rivera López

Dirección musical: Daniel Garcia

Dirección: Luis Alberto Rivera López

Duración: 95 minutos

Clasificaciones: Teatro, Presencial, Adultos

 

 





Ana Abregú.

www.metaliteratura.com.ar

Literatura latinoamericana





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