En el libro La clase de griego, Han Kang –ganadora reciente del premio Nobel de literatura–, hace referencias a Jorge Luis Borges. El primer párrafo comienza con la anécdota de la frase que le pidió a su esposa que hiciera grabar en su lápida: “Él tomó su espada y colocó el metal desnudo entre los dos.”, que pertenece a un poema épico nórdico. La interpretación que hace la autora de aquella elección tiene que ver con la sabida ceguera que afectó al escritor las últimas décadas de su vida.
En 1963, Alejandra Pizarnik (Flora, como se llamaba en realidad o Bluma, apodo de cuando era una niña) se encontraba en París adonde fue buscando el tiempo perdido de los “años locos” o los “roaring 20s”. Volvería un año después, sin haber encontrado ese clima donde las reglas se transgredían a sabiendas, la creatividad brotaba de las esquinas, y la influencia de los movimientos como el surrealismo no podía dejar de notarse.
Leyendo los relatos de Vestigios de Iván Chambouleyron y la solapa donde constan algunos datos biográficos ya uno puede aventurarse en las huellas de un amor postergado.
A “Porlomeno” y a Licastro no parecían unirlos ni amores ni espantos; solo una prolongada estadía compartida en la sala de Neumotisiología del hospital y un insomnio apacible y silencioso.