Hablar de los que fueron acallados, obligados a ser clandestinos, tiene un doble sentido de decir: en primer lugar por el lugar, y en segundo lugar por el lugar; porque el lugar es no solo en relación con el tiempo, no solo como espacio de escritura tácita en relación con las formas de decir[1] de la vanguardia de la época –años 20/30 en Latinoamérica- , sino que en este caso presenta un corrimiento como si los ejes cartesianos, en esa ausencia programada de la palabra que estuvo allí escrita, generara la necesidad de otra cruz simétrica, perpendicular y cruel: tiempo y lugar de escritura, y tiempo y lugar de lectura son inconjugables pero no por ser clásicos que sobrepasan los límites de su tiempo, sino porque en su tiempo sobrepasaron los límites de la tolerancia y son recuperados, en otro tiempo y otro espacio, para dar cuenta de ese juego entre el canon y lo otro, lo social y lo literario, la nada existente que se quiere ocultar, y el gesto de ocultamiento en que aparece implícita la realidad que late escrita en esos textos.
La experiencia contradictoria del narrador de El pozo con la palabra podría definirse con esta cita de Derrida:
Cuando hablo, no solamente tengo conciencia de estar presente en lo que pienso, sino también de guardar en lo más íntimo de mi pensamiento o del ‘concepto’, un significante que no cabe en el mundo, que oigo tan pronto como emito, que parece depender de mi pura y libre espontaneidad, no exigir el uso de ningún instrumento, de ningún accesorio, de ninguna fuerza establecida en el mundo.[1]
Para una tumba sin nombre[1] comienza con un cadáver y una muerte pero no continúa con la explicación de las circunstancias anteriores ni finaliza con la dilucidación de las causas. Ya desde esta estructura, se nota el distanciamiento que esta novela supone con el relato de investigación clásico, como observa Josefina Ludmer[2], del enigma y el develamiento. Toda pretensión de realismo es abandonada para dar lugar a un texto que ficcionaliza el proceso de escritura, mostrando su complejidad y resistencia a la unificación de sentido y a una relación de identidad con un referente.
En esta monografía trabajaré con las novelas: La vida breve, Para una tumba sin nombre y La muerte y la niña de Juan Carlos Onetti, con el objetivo de hacer una reflexión sobre la composición del espacio ficcional de Santa María[1]. Hare un rastreo de los elementos que conectan este espacio a lo largo de las novelas trabajadas y también de los elementos de inestabilidad que están directamente relacionados con las particularidades de cada texto. Me enfocaré en el estatuto ficcional de Santa María en cada caso, es decir, en el nivel de ficción que ocupan en relación con la narración, con los personajes de Diaz Gray y de Brausen, y con los espacios reales referidos en el texto como Buenos Aires.
Introducción
Según Piglia, “Frente a Borges y su mundo de los duelos a cuchillo –donde mejor no interpretar nada– y Arlt que trabaja ese momento incierto de la condición, Onetti pone ya esa condición de qué quiere decir ser un hombre, como un eje de la historia” [1]. En este trabajo analizaré cómo se construye esa condición masculina en “Para una tumba sin nombre”. Para este próposito tomaré a “El pozo” como antecedente a éste, ya que contiene ciertas continuidas con respecto al tema a analizar que se van a desarrollar posteriormente con más fuerza en “Para una tumba sin nombre”.
El primer objetivo de este trabajo es mostrar cómo ambos textos construyen al hombre a partir de una mirada codificada del mundo de la mujer. Propondré además que la constitución de la condición masculina en “Para una tumba sin nombre” y “El pozo” está intrínsecamente relacionada con la problemática de los procesos de intercambio, apropiación y circulación de bienes a partir del concepto de territorialidad.
Como último punto intentaré demostrar cómo ambos textos se complementan para utilizar la delimitación de los campos de lo femenino y lo masculino como medio para reflexionar sobre el lugar del lenguaje en la experiencia humana.
[1] Entrevista realizada a Ricardo Piglia por Edgardo Dieleke, revista Letral, Número 2, año 2009
Juan Brausen debe escribir un guión de cine. Necesita escribir para ganar dinero. De este modo, el dinero se posiciona como la principal motivación para la escritura: “Trece mil pesos, por lo menos, por el primer argumento. Dejo la agencia, nos vamos a vivir afuera, donde quieras, tal vez se pueda tener un hijo. No llores, no estés triste>>”. (Onetti, 2007, 22)
Carlos Maria Dominguez se inició como periodista en la Revista Crisis, de Buenos Aires, de la que fue secretario de redacción y director.
En Montevideo, ha sido Jefe de Redacción del Semanario Brecha, donde también colabora con las páginas literarias, y editor de las páginas literarias del semanario Búsqueda. También ejerce la crítica literaria en el Suplemento Cultural del diario El País.
Patricia Hart es Actriz, Directora, Dramaturga, Docente y Productora, Escritora de cuentos y poesía, Investigadora del Teatro y las Neurociencias. Directora General del Teatro Estudio Patricia Hart de Artes Dramáticas y Audiovisuales desde 1989. Desde hace 10 años y en la actualidad es Actriz del espectáculo unipersonal "Borges a Escena"
Esto que escribo es un informe o mejor el resumen de un fallido informe: estuvo en juego la propiedad de un texto de Gustave Flaubert. Yo soy quien descubrió una carta inédita que envió a Louise Colet en agosto de 1851 con fragmentos de un relato que ha permanecido inédito después de su muerte.
La presentación de un libro es siempre un evento auspicioso, nos complace cuando un autor de la casa comparte el momento.
En Onetti/ La fundacíon Imaginada[2] Roberto Ferro desarrolla una lectura crítica de la obra de Juan Carlos Onetti, considerándola un único texto. Desde la introducción, “Palabras Preliminares”, el crítico establece tanto la línea de pensamiento que sigue en su lectura, como su método de acercarla (exponerla). Trata el texto onettiano como un tejido compuesto por una red “entramada de acuerdo con una contra-lógica” la cual intenta seguir a la deriva de sus cortes y reconexiones.
Hay, en todo libro, una zona de oscuridad, una espesura de sombra que no se puede evaluar y que el lector descubre poco a poco.