La escritura, un viaje. Leer levantando la cabeza de María Claudia Otsubo⃰

Un lector salteado que se muestra y que se oculta entre sus páginas es el que permite Leer levantando la cabeza de la escritora argentina María Claudia Otsubo; así, aquel del lento venir viniendo se entrega a un juego encadenado de escritura, de lectura de textos de escritoras y escritores, de memorias, de viajes, de música, de colores, de fragmentos, de olor a Buenos Aires ó a mar, la playa de Imbassai, al norte de Brasil.

 

Una textualidad que, como las mareas y los traslados, a veces baja envarada, cuando Otsubo plasma en el papel el encuentro de la lectura y de la escritura desplegando una escena de ficción teórica, una especulación sobre una palabra-valija, un motivo retórico ó temático, la imaginación de una cartografía crítica o la vacilación ante la palabra poética que se deshace en un haiku o se aglutina en forma de prosa; otras, se eleva medusante cuando enmarca una cita, encontrada, que, como una gema esmeralda, anuda una conmoción de lo sensible, una forma, una experiencia, una complicidad.
Leo el inicio del texto:

…acomodo los pequeños almohadones que protegen mi espalda, pongo música, por lo general, la selección ecléctica… y comienzo a escribir. Libero el movimiento de las manos, que se deslizan por la línea de la hoja o por la línea vertical, que titila sin desfallecer en la pantalla, no existe ya diferencia entre una y otra respiración, para continuar el impulso que le sigue al ritual primero de la escritura. Mi ritual de escritura. Para escribir. Porque la escritura es la conversación, el diálogo que establezco con el afuera que me conmueve a partir de una interioridad que se ve impelida a manifestarse. Algunas veces las palabras se trenzan en el relato o dan lugar a la crónica, en otras alcanza la melodía gozosa del poema. De eso se trata. De escribir. Procurando de algún modo así lo inasible…


El relato de la escena de escritura va in crescendo, toma un ritmo, intenso, en el que acomodar los almohadones para proteger la espalda funciona, desde mi lectura, como un procedimiento para atemperar, para calmar, ese infierno en el que coloca el leer y el escribir. María Claudia sabe que ese impulso tiene una velocidad propia que le va a ganar a la del ritual, que el diálogo con ese afuera que la conmueve a partir de “una interioridad que se ve impelida a manifestarse”, la llevará incluso a no sentir los almohadones cómodos en la espalda, y quizás también a no escuchar la música, un momento antes, seleccionada.

En esa antesala, en la escena que se va desplegando, aparecen entonces las prerrogativas, la elección y el despliegue de una biblioteca, las asociaciones, la forma pretendida de un proyecto de escritura, el viaje como motivo temático. Leemos una y otra vez que la voz del texto se va de viaje, incluso elige con quienes, y percibe, por su trabajo de escritora, por esa entrega al infierno de la palabra literaria, que esos preparativos van a ser desbaratados durante la travesía.

Subrayo dos gestos críticos de Leer levantando la cabeza, uno, el de el incesante asir los sentidos de los textos leídos, al comentario, a la predicación, a la constante lectura crítica de ensayos y reseñas de los escritores leídos, es decir, mostrar la operación de lectura “con otros”. El segundo, el de narrar ese momento de desorden, cuando las líneas fluyen, se desovillan, se desvían y se descontrolan en diversas direcciones de sentido y la impronta de la escritura se va armando, independientemente de las decisiones de las manos, “como poner en palabras, dice la voz, qué fue lo que tanto me cautivó?” En otras palabras, ¿cómo plasmar, en el artesanado de la escritura, el deslumbramiento de lo leído? Y ahí el gesto de la escritura de María Claudia, el de tematizar esa entropía. Al mismo tiempo, el de seguir un modelo, sempiterno, el de Penélope, el de bajar la cabeza para deshacer y volver a tejer. Un escribir y leer tematizado que se puede leer como un ir en la búsqueda de Faustine, el perderse como Morel en el cuento y recuento de las mareas, para, como escribe Otsubo, “atrapar el instante”.

Leer levantando la cabeza da cuenta de ese acontecimiento, el de que la lectura y la escritura nunca se terminan, solo se abandonan, una locura cervantina que te deja la cabeza seca porque locura rima con lectura, como escribe Héctor Libertella. Una pasión que Sor Juana Inés de la Cruz, en su carta de “Respuesta a sor Filotea” (1691), escribe que nunca ha sido “un dictamen propio, sino una fuerza ajena” y que su inclinación a las letras es tan poderosa que ninguna medida tomada ha alcanzado para abandonar ese impulso. En esa obsesión, Clarice Lispector, en Un soplo de vida subraya: “Yo escribo para liberarme de la difícil carga de ser persona ... Al escribirlo no me conozco, me olvido de mí. Yo que aparezco en este libro no soy yo. No es autobiográfico, vosotros no sabéis nada de mí. Nunca te he dicho y nunca te diré quién soy. Yo soy vosotros mismos”. “Ahí está Clarice, ahí la escritura” afirma su más fina lectora, la escritora y crítica Hélène Cixous. Clarice, que después del accidente en el que se quema los dedos y la mano derecha, no abandona sino continúa escribiendo, pulsando obcecadamente la letra en la máquina de escribir, el ritmo es distinto pero persistente. Leo en el texto: “Creo que esto ha sucedido por primera vez, que he perdido lo que venía escribiendo. La computadora ha bajado los brazos. La hoja ha quedado en blanco titilando, no encuentro nada. Por lo que debo superar el primer desasosiego que producen las líneas extraviadas, las que ya no podrán volver a escribirse y comenzar nuevamente. Intento no preguntarme si el acto no habrá sido un gesto defensivo para extender así el recorrido hacia el punto final de este viaje. Porque el viaje es infinito como así también lo es la literatura.”

Ese impulso literaturizado remarco en el texto de María Claudia, una textualidad que despliega un coro literario, una celebración de la literatura que nos provoca y nos incita a reflexionar sobre un lenguaje revolucionario, porque qué más revolucionario en este mundo marcado por lo utilitario que para los necios la literatura sea algo que no sirva para nada. Es esa condición la que la convierte en subversiva e inasible y al mismo tiempo, proliferante y emancipatoria.

Así, discurriendo entre sus capítulos, “Escritoras perdurables”, “El estante del canon”, “Latitudes del presente” y “Adolfo Bioy Casares”, la escritura de Otsubo, no sólo reescribiendo y dislocando el gesto de Roland Barthes de El susurro del lenguaje, el de Mímesis de Erich Auerbach, el de "Desembalo mi biblioteca" de Walter Benjamin o buceando en el deseo de escribir como Hélène Cixous, mixtura un pasado de memorias y reminiscencias, una biblioteca propia y heredada, el gesto de una lectora omnívora y el de una escritora que se entrega a su pasión. El texto que se lee, por lo tanto, replica una renovada disposición de la grafía en la que se entrecruzan la mirada como ranura crítica, el recorte del ojo y una poética cuyos trazos abre, en la contingencia de la pandemia del Covid 19, un cuarto propio, una temporalidad y un espacio, otro, el de la página escrita en fuga ó en diálogo.

No es un texto único sino una provocación: el tendido de una red inasible de encuentros con otras escrituras y “la escritura”, en la que lectura y escritura se corresponden o se disponen en el registro del contrapunto, se metaforizan, se desplazan y se contaminan, se territorializan y desterritorializan. Una multiplicidad de formas genéricas se hacen cuerpo en esa página en blanco, tanto abeja como flor, proliferan.

Una lectora escritora o una escritora lectora imantada, navega por la insoslayable aventura de un tiempo y de un espacio en el que late la literatura, la literatura universal, la literatura argentina, la latinoamericana, Norah Lange, María Luisa Bombal, Armonía Somers, Virginia Woolf, William Shakespeare, Frank Kafka, Roberto Ferro, Noé Jitrik, Ana Abregú, son algunos de los escritores que Otsubo lee, para plasmar el grumo, una cuadrícula citadina, un relieve de médanos que no acierta en la determinidad de lo que ya ha sido leído y canonizado sino que hiende y obliga a leer sin reposo, sin amparo.

La escritura es lo desconocido, la aventura y esa tal vez sería la confesión de porqué María Claudia escribe, o quizás ni siquiera eso, porque nadie puede asirla, definirla, sujetarla y aun así se escribe, es un infierno, pero del que no se quiere salir, un no querer atravesar ese punto final al que se refiere María Claudia, ese es el dilema y la transformación, el encuentro desencuentro al que Leer levantando la cabeza invita provocándonos.

 

 

⃰ texto leído en la presentación del libro de María Claudia Otsubo con motivo de ser declarado de interés para la comunicación social y cultural por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, mayo de 2024.

 





Ana Abregú.

www.metaliteratura.com.ar

Literatura latinoamericana

DESTACADOS

¿Puede una IA escribir con la profundidad de un ser humano o hacer literatura?

Llevo días escuchando dos palabras como si fueran un mantra que define a la IA, conceptualmente distorsionados y desemboca en conclusiones equívocas.

Las palabras: algoritmo y probabilidad.

Algunos datos técnicos no vienen mal para acercar la comprensión sobre qué es la IA.

Imaginen tener una agenda, que tiene solapas con el alfabeto (se ven en librerías de papel), hay una búsqueda con ese criterio alfabético. Ahora, dentro de cada letra, otra agenda, de nuevo con la organización alfabética, y dentro de esta otra, y así. Para una búsqueda dentro de esta organización,  igualmente con el criterio de orden alfabético (espero estén advirtiendo la dificultad de recorridos), siempre empezando desde la A y abriéndose camino en las diferentes agendas, unas dentro de otras; un árbol de datos. Esto es un algoritmo que con la velocidad actual de los chips no parece complicado. Sumemos la predicción: la probabilidad que habiendo entrado con una letra, la próxima sea alguna determinada. Por ejemplo, entro con una consonante, hay más probabilidad que la próxima sea una vocal. Con ello empiezo una búsqueda ahorrando entrar por consonantes y con eso reduje el “camino” a 5 vocales. Es un ejemplo algo burdo, pero ilustra las dos palabras: algoritmo y probabilidad. Los algoritmos de búsqueda están muy afinados a raíz de la tecnología blockchain de las Criptos.

PERSONAJES

Los ritos ardientes de Julio Barco por Nicolás López Pérez

En esta presentación, además del material del poeta Julio Barco, convocante, provocativa, inspiradora, destaco el trabajo del escritor, crítico, abogado Nicolás López Pérez, su generocidad lo antecede. Ya tenemos en nuestra revista exhaustivos comentarios sobre la obra de ambos, además de colaboradores desde otros países.

La obra de Julio Barco nunca se despide de la vieja Lima, instaura una actitud permanente de traza del nuevo siglo y el antiguo, con una poética de rememoraciones, melancolía, causas, amores, lugares, una danza procaz apasionada y en estado permanente de exhorbitancia poética con una estrategia de seducción de voz y cuerpo, conseciones al discurso y estética del nuevo y viejo esquema de tributo a su época la Internet.

Leemos a Nicolás Lóepez Pérez, en este trabajo crítico sobre su obra.

 

DRAMATURGIA

Bajo un manto de estrellas de Manuel Puig por Ana Abregú

“Una especie de solidaridad tácita une a los extraviados y a los solitarios”

“Una revolución en las costumbres” en Bye-Bye, Babilonia, crónicas de Nueva York, Londres y París.

 

 

En esta obra se siente “una especie de solidaridad entre extraviados”, “es exactamente como lo imaginé”, se dirá recursivamente en la obra. La frase describe el sino de la época: la educación sentimental  provenía de escuchar la novela radial; el relato se reconfiguraba en el oyente, punto en común entre las clases: la pareja mayor, dueños de estancia; la pareja de misteriosos visitantes, adultos; y la niña de la casa, adoptada; revelan los sueños que nacieron en la era de las telenovelas y su influencia como parte de la penetración cultural que accionan el hecho constructivo del imaginario y los desvíos que propone el foco en la ilusión, en un ambiente endogámico que detona con diversas resonancias. El relato oído alimenta un romanticismo en el que cada personaje fantasea e imagina el objeto del deseo.

 

Las Bingueras de Eurípides de Ana López Segovia por Ana Abregú

Suerte, risas y mucho bingo. ¡Prepárense para gritar '¡Bingo!'! La emoción del dabber.

[Lema popular]

 

Divertida propuesta que remite a diversos estilos teatrales, así como referentes eclécticos.

Dionisia –Mar Bell Vazquez–, mito griego, baja a la tierra; y como el primigenio, se aboca a remover la estructura social conmoviendo la forma tradicional de subyugación de mujeres. Dionisio toma cuerpo de mujer para acompañar el proceso de empoderamiento. Eco entre formatos que se extienden entre géneros de humor basado en la expresividad corporal y diálogo punzante.

(Foto tomada de Internet)

Mi novia del futuro de Anto Van Ysseldyk por Ana Abregú

«¡Como si se pudiera matar el tiempo sin herir a la eternidad!».

(Henry David Thoreau)

 

El viaje en el tiempo es un tópico complejo, sobre todo durante una obra teatral, donde la comparación entre temporalidad se debe resolver en un espacio reducido. Esta situación se metaforiza en un escenario con elementos de luz y desplazamientos en espiral, haciendo y deshaciendo el tiempo en el espacio, tal como se define el tiempo mismo, una tela, una autopista peraltada.

 

No te pierdas ésto

Gotas