
Sergio Ojeda Barías, Berlín. Santiago de Chile: Mago Editores, 2024.
[Un libro de Sergio Ojeda Barías (Puerto Natales, 1965) es un acontecimiento en este siglo. De Pedazo de mundo (2000) a Tardanza del fuego (2007), Berlin es un libro introspectivo, para celebrar, para transitar entre los poemarios escritos reescribiéndolos. Este poeta chileno crea campos magnéticos en que las palabras vibran y los cuerpos también. Berlin es un libro de la esperanza, de una vida por delante, de una obra como horizonte].
La primera vez que tuve noticias de Sergio Ojeda Barías fue en 2016. Eran mis años de la avidez literaria, tenía varios cuadernos de proyectos de poemas, no conocía a nadie que publicara ni que enloqueciera con la literatura. MAGO Editores publicitaba unos talleres de poesía semanales impartidos por el referido. No recuerdo exactamente el día, pero después de la oficina, tenía esa reunión de poesía, un ese espacio vista Pio Nono (la vereda desde la que estuve mirando por más de un lustro), Piso Diez, como la altura en la que se desarrollaba, fue el nombre que Max González le dio al taller. Recuerdo a otros talleristas, Cristian y Francisco. Nunca más los volví a ver: uno parecía un buen lector de poesía y literatura chilena y el otro trabajaba como captador de clientes en una ISAPRE. Yo había tenido la experiencia de talleres en la SECH (Sociedad de Escritores de Chile), pero estaba lejos de una voz poética (¿lo sigo estando?).
Con Sergio el ritmo era relajado y reflexivo, leíamos a los clásicos del siglo XX: Altazor de Vicente Huidobro, Residencia en la tierra de Pablo Neruda, Los gemidos de Pablo de Rokha. También los poemas de los talleristas. Alguna vez, junto a él, a Pavella Coppola y Carlos Cociña hicimos un recital en la SECH, tuvimos hasta la música de Alessio Arena. Mi experiencia de taller mutó del piso diez del edificio en Merced 22, a los encuentros Tarde de Papel-Santa Julia. Veía a Sergio todos los jueves, si no me equivoco. Recuerdo los pies forzados, presentar lecturas, las antologías de Hernán Miranda Casanova, Odiseas Elitis y Gonzalo Millán, las onces conversadas, las anécdotas, después los retornos embelesados en las micros 506 y 210. Mi primer libro, Geografía de las geografías (Litost, 2018) debe tanto a Sergio y, probablemente, mi obra posterior.
Berlín no es un título que nos revela algo del libro, pero que nos desconcierta. Berlín como la posibilidad de volver a estos poemas que constituyen una militancia irrefutable en las letras; y como una ocasión para entrenar su animal poético, que trabaja el lado más afectivo de las palabras y sin clausuras apresuradas. Esto incluye no cerrar del todo un poema: “Un túnel inmenso en la orilla de la casa” (p. 40), y dejar una imagen como último verso, como la tapa de una botella.
Berlín es un libro vital, sin geografía, pero con un pasajero en trance: “Santiago o Berlín / empujan los abismos / despejan laberintos / todo es un puzle / que atormenta las bocanadas / de espectros” (p. 66). La poesía de Ojeda Barías me sorprende off-side, cuando la releo pienso una cosa distinta: es como si la lectura de sus poemas nunca fuese definitiva. Berlín es una operación sobre la temporalidad de un sujeto poético: recurre y revisita poemas de Tardanza del fuego y de Pedazo de mundo en la provisoriedad a la que su autor sujeta a la obra. Puede que, en la poesía chilena, Ojeda Barías sea uno de los pocos que vuelve a su obra, como si ensayase una continuidad que no se rompe con la escritura y la publicación. Berlín es una foto del libro que está escribiendo: puede que nuestro poeta se haya dado cuenta de eso y su modus vivendi sea ajustar cuentas con el que fue y el que no será.
En el prólogo, el poeta aparece como alguien que es consciente de un archivo: “Me reconozco y perdono en ciertas fotos guardadas y perdidas no sé dónde. Confuso, vuelvo al latido de esos flashes porque en ellos he construido ceremonias que al alba me tantean ante el espejo. Y al mirarme, reconozco: bocetos, colores, tramas, algunos ensayos” (p. 9). Lo guardado y lo perdido son parte de la misma memoria, justamente, lo último en la reconstrucción encuentra un estímulo para quien se escribe y se incrusta en la hoja de papel o, aún más allá, en la obra literaria.
La poesía de Ojeda Barías tiene la capacidad de concentrar las cosas, antes de poner el punto aparte. Como sostenía Raúl Zurita en un texto de 2007 sobre Tardanza del fuego, poemas como esos toman pedazos de vida y susurran lo que más logra verbalizarse. La imagen es concreta en el poemario aludido, aunque en Berlín se observa el oficio en el tallar que cae sobre los silencios.
Un viviente lírico in medias res que penetra en los afectos e ideas que oscilan en los márgenes del poema: “Ahora miro desde Berlín que / Santiago descubre cuerpos / cuando las luces / impiden el amanecer / en el ir y venir / -acá es de noche en los suburbios-” (p. 66). La Berlín de la que nos habla Ojeda Barías sin decirnos nada, es ese reducto que ilumina el camino de regreso para algunas imágenes que van a parar en el invierno santiaguino. En la sección “Pedazo de mundo”, siempre desde Berlín, una dedicatoria al padre: “Todo iba a salir bien / las agujas del reloj / se detienen en un punto distante / es una sola geografía / padre” (p. 58). Una declamación de ultratumba: una historia en fragmentos de sentido, un padre que se toca como una luz y como un cadáver que se incendia para homenajearlo.
Como los acantilados de Zurita, Ojeda Barías nos presenta una geografía de pasos en falso que siempre, a fin de cuentas, nos llevan a una “mariposa de neblina” (p. 67). La poética de Berlín, especialmente, en su tercera parte toma esos destellos tremendistas que en la década de los ochenta fueron el hilo conductor de la poesía de la neovanguardia chilena. Asimismo, oscila entre la clausura y la apertura de un mensaje posterior, pero siempre consciente que un poema es una unidad autárquica o bien, que puede ser audazmente sujeta a un exterior no presente en sus márgenes. Recuerdo que Sergio en el taller de poesía hacía énfasis sobre la redondez de un poema, a nivel de cohesión y coherencia de lo escrito, y en la fuerza y el impulso del último verso. Ojeda Barías es un soldador de emociones y pensamientos que desembarca en silencios muy parecidos al estupor.
Como si fuera un rollo imaginario de una Polaroid, Berlín con su Alexanderplatz, su Karl-Marx Allee y, del otro lado, avenida Matta, Ñuñoa y la Santa Julia zurce las posibilidades de un sujeto poético migrante, pero de una subjetividad que se constituye como una suma de los lugares que ha habitado y que lo han habitado. Esto no es casualidad, no hay capricho en titular un libro Berlín; también se ve esto en Berlín (2012) de Victoria Guerrero Peirano, en cuyas páginas se logra articular como un sujeto poético baila entre el amor y el desamor en una geografía que no pertenece a nadie. Berlín de Ojeda Barías abre sus propios límites del lenguaje, nos presenta una operación introspectiva sobre el libro que es la vida misma. La obra se compone de momentos, de episodios y de libros publicados. En ejercicios como Berlín queda claro que la vida es un proyecto de la poesía y que el poeta trabaja sin parar. Frente a ello, huelga subrayar que Ojeda Barías es un poeta que se apresura lentamente a la experiencia que se vuelve a escribir, quizás en busca de una mayor claridad o del entendimiento de circunstancias que curten el carácter y modulan esa capacidad para plasmar el corazón y vivir en poesía
Por otra parte, Berlín como una actualización de las coordenadas vitales, nos permite volver a encontrar a Ojeda Barías que, como el grueso de los poetas latinoamericanos que venden miles de tirajes, agotan su presente en el stock de la impresión, toda vez que la suya es una esporádica presencia en el campo cultural. Por fortuna, gracias a Internet encontramos o extractos o actualizaciones de tantos autores, cuyas publicaciones tienen una circulación limitada. Berlín es una resistencia al olvido, lo mismo cabe a la “física íntima” (como sugiere Coppola en el epílogo al libro) frente al ritmo de un poeta que ha descubierto que todo lo que escribe pertenece al mismo libro. Tal acontecimiento como la transformación de un poema en un sol, que -ocurrida en el mejor de los casos- celebraba Elitis en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Ojeda Barías, transforma su obra en una antorcha que seguirá iluminando en las formas futura de la obra. A poetas como él es necesario no perderles la pista, toda vez que han asimilado la ausencia de un centro. Desde los guetos de la palabra y las periferias del mundo, seguirá escribiéndose ese libro. No será en vano que todo libro sea reminiscencia y reflejo de otro, como sugería Edmond Jabès. El pasado es el más vasto de los libros, en eso insiste Berlín y, es justo que sea así, porque somos sujetos históricos que, a veces, nos quedamos a vivir en los libros o en las palabras de otro; y que, a veces, esperamos la resurrección después de haber sido despedazados.
Nicolás López-Pérez nació en Rancagua (Chile) en 1990. Ha publicado nueve libros de poesía, entre ellos, De la naturaleza afectiva de la forma (2020), La división de algunos días (2024) y Un volantín yéndose paila (2025). También ha publicado el volumen de ensayo Los ritos ardientes (2025). Parte de su obra ha sido traducida al inglés, el italiano, el portugués, el letón y el húngaro. Administra la mediateca de poesía cotidiana la comparecencia infinita. Actualmente prepara una traducción del poeta Rocco Scotellaro y enseña lengua y culturas hispanas en la Universidad de Salerno (Italia). Doctor en Derecho por la Universidad de Salerno, suma cum laude.