Antes de comenzar la lectura de AtraVe(r)sar, de Ana Abregú, me detengo en la portada del libro.
Observo la lengua expuesta, lacerada por la pluma fuente; no hay dolor en la herida, solo el intento o la posibilidad de escapar al silencio de los labios para encontrar el goce de ser atravesada.
Algunos apuntes sobre Atrave(r)sar de Ana Abregú
(Buenos Aires: Metaliteratura, 2020)
por Nicolás López-Pérez
Una escritura que acaba por convencerse -en el lugar equivocado- de su trayectoria, yendo y viendo, proposiciones y fundamentos, que vienen desde hace tiempo luchando por un lugar en la página, por recuperar el tiempo perdido, agotado, en las antípodas de algo a medio camino, algo que nos dice que lo único que le queda a una escritura es ser escritura.
En Atrave(r)sar, de Ana Abregú, se pone en evidencia dos maneras de abordar la creación literaria: una expresar lo complejo con palabras sencillas ─La búsqueda del tiempo perdido de Proust o el monólogo de Molly Bloom─; la otra, abordar lo simple con palabras complejas.
La escritura es una forma. La literatura es una forma de pensamiento. La patria aún puede ser una semilla de manzana. Los límites de la forma echan raíces en el pensamiento. La literatura se puede manifestar imitando. No se sabe nada de las cosas que se imitan. La imitación es un juego. Puede ser tomado en serio. Hasta imitar las imitaciones. Cada lengua tiene sus propios orificios. Y sus propios ojos. Los míos son, solo por hoy, mi profesión de fe literaria (o literatuicida). O, en confianza, son 29 párrafos sugestivos y eufóricos antes del después de lo poético, 29 estilos de sueños posibles o mantras sobre nada en lo absoluto.
En la propuesta Obra abierta, de editorial Seshat, hay un interesante espacio en que se publican poemarios de escritores latinoamericanos. El primer texto, El otro exilio, del escritor Gabriel Restrepo, es una selección del propio poeta, el carácter fragmentario y ecléctico de la propuesta remite a un criterio de andadura en el haber del autor.
Si algo nos trajo la situación de cuarentena es una explosiva participación de escritores, que se acercan al lector de manera directa o indirecta, según el acceso y la conexión; en esas interesantes derivas que proponen las redes, di con Escombrario, que me atrajo por una lateral afiliación a la pregunta sobre cómo se interpreta la melancolía en nuevas formas de escritura.
La transgresión, en el sentido explorado por Sade, Bataille, Sarduy, cobra potencia en Señales del tacto: obra tangible donde a semejanza del coito se dan cita los cinco sentidos.
(Sobre Buen día, tempestad de Gabriel Bazalar López)
Conozco la poesía de Gabriel Bazalar Lopéz gracias a la Internet y la vengo leyendo secretamente desde hace varios años.
Entré a la poética de Julio Barco desde Arder, poemario que comenté en este mismo medio, luego, Descierto , proyecto con el cual conviví desde que lo escribió, hasta que se publicó
Ante todo debo aclarar que este análisis no pretende hacer didactismo ni crítica literaria pura.
Finalizada la lectura de MOVER EL PUNTO de Ana Abregú saco las siguientes conclusiones, por lo menos para mí: Me encuentro ante una escritura lúdica, desconcertante y por demás astuta cuyas argucias escriturales me llevan a afirmar que estoy o estuve hasta hace instantes, ante un texto por demás inteligente en toda la acepción de la palabra.
Foto de Pilar Vilcapaza, poeta de Puno, Perú.
Es necesario amplificar todos los sentidos mentales para evidenciar la realidad viva del arte poético. Su realidad ínsita en la propia forma de entendernos como seres humanos, su matiz inherente a nuestro propio eje de pensamientos y sentires.
En este texto, el poeta Julio Barco emprende un viaje, un viaje físico y un viaje hacia las interioridades de la escritura.