Para que sea otra voz

Sobre Desde aquella ventana de Roberto Ferro.

            El eterno doble del juego me pone en jaque, me interpela y me incomoda –o desinhibe, pienso riendo–; me abraza la duda de este comienzo que no empieza aquí para nadie, tampoco para mí –si es que supiera donde empieza todo realmente– y que tiene el vértigo no solo de la eternidad, del abismo imperturbable de la palabra escrita sino también el de la continuidad –o contigüidad–.

El caso es que en la novela la reminiscencia se excede a ella misma como modo y los dobles –de ellos mismos y de otros– bailan catala –como los famas del otro JC– con las voces que ya no se creen tales aunque estén vestidas de novelas o de sombras.

            Los que trabajamos con Roberto –o en su contra, más que nada– sabemos que estamos sometidos a la doble identificación con –o entre– la vida y la literatura; y hablo de sometimiento, no de interpelación, ya que a esta altura me creo en condiciones de afirmar ciertos procedimientos. Pero, pienso: esta humilde reseña debe hablar de la novela, no de mí; y me respondo: Ferro, como recuerda JC – me gusta escribir JC y no Jorge Cáceres y así no atenuar las intenciones– diría que debe ser sobre la lectura y a medida que voy leyendo veo que la lectura soy yo o parte de mi, entonces yo tampoco podía faltar en este convite (y me reservo el guiño). 

            Creo haber percibido muchas veces que las novelas de Roberto hablan de la escritura y al mismo tiempo que no es solo de la escritura de lo que hablan; creo que más allá de las sombras agazapadas –ya casi sin camuflajes– por detrás de las tramas policiales hay una instigación constante que mezcla –o percude, o perturba– la figura del narrador que evoca incansable e insistente por entre los eternos y espejados pasillos. El placer de la escritura se escurre por entre los avatares de la pluma que narra y que ya no sabemos bien –por suerte o por incomodidad– a quien pertenece, entre los resquicios que el desconsuelo social deja tras su infame inquina con los que nada hacen para permanecer o sucumbir, afloran las pasiones mundanas y etéreas del ser narrador y narrado por la escritura y la vida, por Ferro o JC.

            Si JC fuese Ferro (uno anónimo, sin la presión de ser quien es), Vieytes bien podría ser Piglia y se podría ensuciar un poco el cuadro leído bajo la lupa de las pasiones compartidas, una gran amistad y el deseo de justicia –literaria y social–, pero eso sería reparar un poco el texto o quitarle sus quiebres, su textualidad: alguien tiene que morir para dar lugar a los sucesos que den lugar a la palabra –que nunca es ella ni sola– para que se conjuguen en el entramado literario los interminables significados posibles y/o imposibles. 

            La muerte que es escrita y que “escapa a la tríada pasado– presente y futuro”, la literatura la deja al margen porque en la ausencia del narrador, en la ficción de lo narrado está la perdurabilidad del relato en el tiempo y la posibilidad de ser leído eternamente. Esa muerte no será entonces vida nunca pero si perpetuidad, la memoria o su posible lectura hacen que escape al vacío de la desaparición del cuerpo, en el cuerpo de la letra que la nombra. La novela, esta novela, evoca la muerte no solo como motivo sino como vínculo, como otra forma de estar o de rememoración. Nada es tan real y unívoco como la muerte, que, a diferencia de la palabra y sus múltiples sentidos, solo puede leerse como ausencia en el momento en que es nombrada. Y el amor, si es que puede pensarse en una relación copulativa con la muerte –y repienso el nombre de la relación con cierta sorna pero sin poder cambiarlo por otro– sin ser nombrado y siempre abismando el deseo y re dirigiendo el sentido de las acciones aparece como un turbio velo que deslinda y compone la intención, la atención. Ronda siempre pero se diluye. JC, el solitario vendedor de libros viejos, no puede asirlo ni eliminarlo del juego, forma parte de su costado de ilusión y de sueño, de su retina desviada que lo percibe por el rabillo como a una musa.

            La trama policial, la funcionalidad de sostener un orden y una tensión determinada por el  género no es solo una forma de denuncia del lugar que ocupan las personas en la sociedad, del infame poder que tiene el que posee dinero, el abuso y la impunidad de la que gozan y practican a costa de inocentes – y en la denuncia  resuenan ecos de Walsh–, sino además una manera de esconderse detrás de JC que no es ni alter–ego, ni heterónimo, ni desdoblamiento ni saga sino otra excusa para materializar otro destino –o posible narrativo como lo llama el Dr. Ferro... si es que podemos decir que alguno de ellos exista realmente– que el que lee o escribe accede a partir de la ruptura de la identidad y de la distancia o el diletante espacio habitado o existente –canal, arenisca, espesura– entre ficción y literatura.

            Pero eso no termina allí como no lo hace la novela una vez que resuelve el enigma superficial que la vertebra, sino que se expande en el tránsito de las historias por las distintas plumas que intentan asirlas, perpetuarlas y exponerlas sin adueñárselas del todo. Poniendo siempre en juego la idea de que la escritura es lo que hace al texto, ventila suavemente el velo interminable con respecto a la circulación, no solo de los textos sino de los modos de leer, de qué modos se lee un texto literario y como se leen los textos en y de la vida, las tramas que nos envuelven y nos vinculan, nos ciñen, nos perturban y nos condicionan, o contaminan o envilecen o amarillo.

 





Ana Abregú.

www.metaliteratura.com.ar

Literatura latinoamericana

    Estudiante de Letras en la UBA. Profesora de Lengua y Literatura en secundarios y en el Instituto de Formación docente N59 de General Madariaga. En Madariaga, coordina un espacio cultural que incluye biblioteca y taller literario

DESTACADOS

¿Puede una IA escribir con la profundidad de un ser humano o hacer literatura?

Llevo días escuchando dos palabras como si fueran un mantra que define a la IA, conceptualmente distorsionados y desemboca en conclusiones equívocas.

Las palabras: algoritmo y probabilidad.

Algunos datos técnicos no vienen mal para acercar la comprensión sobre qué es la IA.

Imaginen tener una agenda, que tiene solapas con el alfabeto (se ven en librerías de papel), hay una búsqueda con ese criterio alfabético. Ahora, dentro de cada letra, otra agenda, de nuevo con la organización alfabética, y dentro de esta otra, y así. Para una búsqueda dentro de esta organización,  igualmente con el criterio de orden alfabético (espero estén advirtiendo la dificultad de recorridos), siempre empezando desde la A y abriéndose camino en las diferentes agendas, unas dentro de otras; un árbol de datos. Esto es un algoritmo que con la velocidad actual de los chips no parece complicado. Sumemos la predicción: la probabilidad que habiendo entrado con una letra, la próxima sea alguna determinada. Por ejemplo, entro con una consonante, hay más probabilidad que la próxima sea una vocal. Con ello empiezo una búsqueda ahorrando entrar por consonantes y con eso reduje el “camino” a 5 vocales. Es un ejemplo algo burdo, pero ilustra las dos palabras: algoritmo y probabilidad. Los algoritmos de búsqueda están muy afinados a raíz de la tecnología blockchain de las Criptos.

PERSONAJES

Florecidos miles de estallidos

Sergio Ojeda Barías, Berlín. Santiago de Chile: Mago Editores, 2024.

[Un libro de Sergio Ojeda Barías (Puerto Natales, 1965) es un acontecimiento en este siglo. De Pedazo de mundo (2000) a Tardanza del fuego (2007), Berlin es un libro introspectivo, para celebrar, para transitar entre los poemarios escritos reescribiéndolos. Este poeta chileno crea campos magnéticos en que las palabras vibran y los cuerpos también. Berlin es un libro de la esperanza, de una vida por delante, de una obra como horizonte].

La primera vez que tuve noticias de Sergio Ojeda Barías fue en 2016. Eran mis años de la avidez literaria, tenía varios cuadernos de proyectos de poemas, no conocía a nadie que publicara ni que enloqueciera con la literatura. MAGO Editores publicitaba unos talleres de poesía semanales impartidos por el referido. No recuerdo exactamente el día, pero después de la oficina, tenía esa reunión de poesía, un ese espacio vista Pio Nono (la vereda desde la que estuve mirando por más de un lustro), Piso Diez, como la altura en la que se desarrollaba, fue el nombre que Max González le dio al taller. Recuerdo a otros talleristas, Cristian y Francisco. Nunca más los volví a ver: uno parecía un buen lector de poesía y literatura chilena y el otro trabajaba como captador de clientes en una ISAPRE. Yo había tenido la experiencia de talleres en la SECH (Sociedad de Escritores de Chile), pero estaba lejos de una voz poética (¿lo sigo estando?).

 

 

DRAMATURGIA

Dichas y desdichas del juego y devoción por la virgen por Ana Abregú

El teatro es un espejo que pone delante de los hombres a la realidad, con todas sus grandezas y sus miserias

[Lope de Vega]

 

El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.

[Williams Shakespeare].

 

Comedia alegórica con estructura del Siglo de oro español, y conexiones con el universo shakespereano. Comedia aurisecular escrita por Ángela de Azevedo, con la adaptación de Julieta Soria. En esta obra, el escenario se convierte en un tablero de juego donde el Demonio y la Virgen juegan con el futuro, simbolizando una batalla entre ambas fuerzas sobre el destino y la fe. La representación incluye elementos de juego y conflicto entre figuras religiosas, combinando temas de azar, fe y amor en la trama. También en contacto con El pleito del Demonio con la Virgen, de diversos autores, siendo la más común atribución a Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648), importante dramaturgo del Siglo de Oro español.

 

El 24 a la noche de Andrés Terigi por Ana Abregú

Dale una máscara y te dirá la verdad.

Oscar Wilde.

El formato de esta obra relaciona tradiciones desde una perspectiva panóptica. El personaje que recibe al público remite a la frase “te voy a contar una de piratas”: la obra comienza con el ingreso del primer espectador, haciendo de este personaje un mediador o “guardián” lúdico del discurso teatral, que introduce al público en un mundo de ficción cargado de significados.

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