Juan Carlos Onetti publica en 1954 la novela Los adioses. La historia transcurre en un pueblo innominado a donde van a recuperarse enfermos de tuberculosis y, ya desde el comienzo, el narrador - un almacenero – da a leer un procedimiento fundamental para el orden constructivo del relato: la metonimia. Ve llegar un hombre, un nuevo enfermo, pero solo focaliza en sus manos. Las describe minuciosamente y, en base a este acercamiento metonímico, vaticina (porque afirma tener esa competencia) que no va a sobrevivir. El narrador se predispone, entonces, a contar una historia - que es la del enfermo y su relación con dos mujeres –de la que anticipa el final. Lo que le resta hacer es narrar las partes intermedias, completar la historia.
Ahora bien, la manera en que el narrador construye ese relato tiene como procedimiento dominante a la metonimia, que, a se vez, tiene un doble alcance: el narrador fragmenta en la descripción que hace de los personajes y fragmenta, sobre todo, para armar la historia. Hace una constante representación de los personajes (los que son objeto de su narración, es decir, el enfermo/basquetbolista, la mujer y la muchacha) a través de este recurso; nunca los presenta completos, sino a partir de trozos. Además, trabaja en el entramado de la historia a partir de lo que ve, de lo que imagina, pero también a partir de los informes (a veces contradictorios) de otros. Interpreto, entonces, que este procedimiento del orden constructivo del texto es consecuente con el orden temático del mismo. El narrador trabaja sobre fragmentos porque le resulta imposible construir un todo homogéneo, un relato cerrado. También le resulta imposible encontrar un sentido unívoco al enigma que articula la historia. Es decir, el intermedio que el narrador se propone narrar es un relato que no admite clausura, al igual que el sentido. Es un relato incompleto, con fisuras, que se ve obligado a recurrir a conjeturas y a testimonios discordantes. Esta manera fragmentaria de construir la trama se expande, también, a la voz del narrador para acechar los movimientos de los personajes. El procedimiento de la metonimia, por consiguiente, posibilita la coherencia entre la construcción del relato y la fábula del mismoya que obliga a volver la lectura hacia el armado. Si la historia que el narrador se dispone a rellenar no puede ser leídacomo una totalidad uniforme y el sentido del enigma no puede ser descubierto, lo que surge es el desarrollo de la construcción el relato.
Personajes fragmentados
Lasaproximaciones del narrador hacia los tres personajes que integran su centro de interés se da por medio de la metonimia. El almacenero desmiembra los cuerpos para hacerlos ingresar a su narración. Pero no es un procedimiento que lleve a cabo solo con los sujetos individualmente, también fragmenta, retacea, para describir susinteracciones. Hay, por ejemplo, una focalización recurrente en torno de los momentos de unión entre las manos del basquetbolista y las dos mujeres que lo visitan.
Son cinco las veces en las que uno de estos personajes irrumpe en el campo de visibilidad del narrador. Uno de ellos, el primero y ya mencionado, es el de la aparición del basquetbolista y en éste el eje del trabajo metonímico recae sobre las manos del mismo. Dos le corresponden a la primera mujer que lo visita. En ambos, se lee una simetría: la mujer siempre se le presenta de espaldas. Dice en la primera “La mujer bajó del ómnibus, de espaldas (…)” (Onetti, 2010, p. 64) y en la segunda: “(…) cuando la mujer bajó del ómnibus, dándome la espalda (…)” (p. 92). Además, en la primera, el narrador ya establece el elemento por el cual va a ser identificada la mujer a lo largo del relato: los anteojos de sol. Otras dos, a su vez, atañen a la muchacha. En este caso, el fraccionamiento del personaje se potencia a partir del cuarteto conformado por el zapato, el sombrero, la valija y la pollera. Estos elementos se repiten tres veces en párrafos sucesivos en la primera aparición de la muchacha, difiriendo aún más la descripción metonímica. Luego reinciden en la segunda aparición, aunque con la elisión del zapato y el agregado de la mano (al igual que con el basquetbolista): “vi la pequeña valija (…) el mismo traje gris, el sombrerito estrujado por la mano enguantada, blanca” (p.94) El narrador parece procesar solamente estos retazos de la figura, como si la aparición de la joven mujer- con el componente escabroso que ésta conlleva para la historia - le resultara demasiado difícil de aprehender. Molloy especifica este procedimiento del narrador sobre esta escena:
“El acercamiento metonímico no es nuevo en el narrador; señala, sí, como en la primera visión del hombre – o como en todo encuentro potencialmente peligroso – una deliberada lentitud que es defensa; se desmiembra un todo cuya carga no se soportaría entera” (Molloy, 1987, p.273).
Es decir,la metonimia como una demora ante aquello que al narrador, en su deseo de contar, lo sorprende. Una especie de escudo que lo aplaca ante el entusiasmo de un nuevo integrante en la narración.
Sin embargo, entiendo que puede hacerse una lectura complementaria de este procedimiento. Lo interpreto como un recurso que se asocia a la incapacidad del narrador para formar una totalidad cerrada. El almacenero no puede reconstruir una historia sin grietas, lo que tiene son fragmentos y, con ellos, conforma un relato fraccionado. Si no puede constituir un relato íntegro, tampoco puede focalizar en la totalidad de los cuerpos. Leo la metonimia en la voz del narrador, entonces, como un procedimiento acorde a la manera de entramar el relato.
Desde esta perspectiva se puede leer la insistencia del narrador en focalizar en la conjunción de manos entre el basquetbolista y las dos mujeres. Plantear la imposibilidad del narrador para describir enteramente los cuerpos permite pensar, también, la fragmentación en la interacción de los mismos. En la primer visita que recibe el hombre, el narrador acentúa dicha unión: “(…) que absurda, desagradable esperanza me impedía conmoverme, aceptar la felicidad que ellos construían diariamente ante mis ojos, con la insistencia de las manos entre los vasos (…)” (p.67, subrayado mío).Y en la segunda, la de la muchacha: “Y todo lo que yo podía pensar de ellos (…) era el trabajoso viaje en la oscuridad, tomados de la mano, silenciosos (…)” (p.85, subrayado mío).Y no solo focaliza en los momentos de inmovilidad, cuando la manos ya están incorporadas, también lo hace en los trayectos que llevan a dicha asociación: “La mano de la muchacha recorrió el pecho del hombre, fue subiendo hasta apretar los dedos gigantescos que sostenían la cabeza” (p.120, subrayado mío) Mediante un acercamiento metonímico el almacenero presagiaba el destino del basquetbolista y mediante el mismo tipo de aproximación (hacia el mismo objeto, las manos) intenta reconstruir la relación entre éste y las mujeres. O mejor dicho, la relación que el narrador necesita que tengan para armar el relato. A partir de la unión de las manos infiere la unión de los personajes.
Una narración fragmentada
En el comienzo, el narrador se posiciona como el único autorizado para reconstruir, rellenar la historia. Para eso va a fragmentarla, valiéndose de lo que ve, de lo que le cuentan y de lo que imagina a partir de ambos.Es decir, el narrador detenta el poder de contar el intermedio y, por lo tanto, asume la capacidad de seleccionar lo que observa y lo que le informan. Su narración se mueve de a partes, nunca se le presenta todo a la vista y por consiguiente conjetura; a su vez los informes son a veces contradictorios o incompletos pero el almacenero se encarga de dotarlos del sentido que necesitan para que sean funcionales a la historia. Pero siguen siendo trazos, partes de una totalidad que nunca se va a reconstruir.Al final del texto no hay una historia consistente porque el almacenero erra el diagnostico y el enigma no se devela. Es un final defectivo que no permite un sentido unívoco y por lo tanto solo se mantienen estos procesos narrativos, el modo en que el narrador construyó la ficción.
La relación entre los informes que el narrador recibe y el tratamiento que éste les otorga se lee desde el principio del texto. El narrador no hace una recepción pasiva de los mismos. Los toma pero, a su vez, los expande. Recibe una información y conjetura a partir de ella. Ya desde el comienzo se lee una proposición que comienza de la siguiente manera: “Supe por el enfermero (…)” (p.54). La oración que le sucede exhibe el procedimiento conjetural: “Yo lo imaginaba (…)” (p. 54). Es un narrador que invade el informe del otro, se lo apropia agregándole una carga significativa. Es, además, el inicio de la utilización de dicho verbo, que el narrador repite de tal manera que intentar hacer un inventario de sus apariciones resultaría tedioso.
Casi al final del relato leo una escena que detalla aún más la relación de apropiación y expansión del narrador con aquello que le comunican. Su informante no es el enfermero, ni tampoco la mucama, sino más bien una “vieja de la sierra” (p.117). En este caso, el narrador toma el informe ylo pone en relación con su vaticinio del comienzo. El informe consiste en una imagen del basquetbolista contemplándose, desnudo, ante el espejo. El narrador se la apropia y la describe según su parecer, remarcando marcas que demuestran el deterioro del cuerpo del basquetbolista por la enfermedad: “Y no era, reconstruía yo, no había sido que terminaron de agitarse en la cama y el hombre fue atrapado por el espejo al pasar. Se había desnudado lentamente frente al armario para reconocerse, esquelético, con manchas de pelo que eran agregados convencionales y no intencionadamente sarcásticas, con la memoria insistente de lo que había sido su cuerpo, desconfiado de que los fémures pudieran sostenerlo y del sexo que colgaba entre los huesos” (p. 117, subrayado mío).Es decir, imagina, reconstruye más allá de la versión primera del informe. Y es una reconstrucción funcional a su relato, porque hace ingresar en el informe lo que le impone al basquetbolista: la relación con la muchacha y el avance de la enfermedad.
El narrador también aplica esta estrategia conjetural para lo que se le presenta a la mirada. Al igual que con los informes, con los cuales no se contenta con las primeras versiones, en este caso, no se contenta con lo meramente fenomenológico. Lo que ve no es suficiente para reconstruir la historia y por esto insiste en ampliar a partir de la imaginación. Cuando lleva a la muchacha hasta el hotel, a encontrarse con el basquetbolista, el almacenero tiene una ultima visión de los dos: “Me quede hasta verlos en la escalera, abrazados e inmóviles” (p. 83). La escena la completa el narrador, en parte apoyándose en datos empíricos pero, sobre todo, en base a la conjetura: “Deben haber subido hasta la pieza, pero sólo por un momento, solo porque él necesitaba vestirse y ella quería mirar los muebles que el usaba” (p.85).Imagina una escena familiar, que le permite construir la relación entre el hombre y la joven, y, a partir de ahí, el conflicto con la otra mujer. Es un fragmento empírico, algo que vio, extendido desde la imaginación pero sin dejar de ser una fracción, una parte[1].
Ahora bien, el narrador nunca une los fragmentos, nunca completa el relato y por eso mismo el texto evidencia esta construcción. Las conjeturas – las producidas a partir de lo que ve y de los informes–no se verifican y lo que es trazo, parte aislada, no se une. La secuencia en la que reconstruye la reunión del triunvirato (desde el inicio, pasando por el desenlace hasta llegar al final) con la ayuda de el enfermero y la mucama se lee como un modelo del armado del narrador. Comienza por aclarar que él no vio, no fue testigo de los hechos. Sin embargo, reincide en la apropiación y expansión de esa narración aunque, en este caso, se puede leer un movimiento oscilatorio que va desde el almacenero hacia los informantes. Las marcas gráficas dan cuenta de ello porque señalan los momentos en los que el narrador le vuelve a ceder la palabra al enfermero y la mucama. Esta alternancia de voces se interpreta como una prueba del carácter fragmentario del relato. Es una historia construida con la ayuda de otros, de las versiones de otros. Sin embargo son concesiones que hacen ingresar a la narración el componente fenomenológico, o a lo sumo algún juicio de valor. El narrador es la voz dominante y quien imagina, extiende aquello que recibe. Las voces de los otros, del enfermero y de la mucama, están marginadas, incluso a veces el narrador las unifica en el plural, restándoles importancia: “(…)- contaron la mucama y el enfermero –(…)” (p.102).
La no clausura del relato, su imposibilidad de reconstruir un todo unificado reside, también, en la discordancia entre informes que el narrador no se encarga de esclarecer. Una primera variante es la corrección entre versiones, un informante que enmienda al otro: “Después subió y tuvo la gran discusión. – No una discusión- corrigió la Reina con dulzura” (p.111). Esuna rectificación sobre lo ya dicho que supone otra versión, un fragmento distinto. Después, el almacenero hace ingresar en su relato dos narraciones distintas sobre el mismo hecho. Dice primero: “La muchacha resurgió en los chismes del enfermero, bajando la sierra un anochecer para buscar a Gunz (…). En la versión del enfermero, (…)” (p.118). Y al párrafo siguiente: “En la historia de la mucama (…)” (p.118). Son dos relatos contradictorios sobre el mismo suceso y el narrador incorpora a los dos por igual, sin ninguna jerarquía del uno sobre el otro y sin ninguna reconciliación entre ellos. La actitud de la muchacha y la resolución de Gunz varían en las versiones pero el narrador no se molesta en verificar cual de las dos se corresponde con lo sucedido. Son dos fragmentos desiguales que no presentan ninguna posibilidad de unión y que igualmenteforman parte de su construcción del relato.
Es una estrategia que se lee en consecuencia con el no develamiento del enigma al final de la narración. No hay clausura del sentido ni del relato. No hay una narración completa sino una narración construida a base de partes que no se aúnan. La fragmentación, entonces, desmonta todo intento de reconstruir una totalidad y mantiene abierta las alternativas de sentido.
Bibliografía
FERRO, Roberto. “Los Adioses- La infidelidad narrativa” en Onetti/La fundación imaginada, Buenos Aires, Alción Editora, 2003
MOLLOY, Silvia. “El retrato como mercancía: Los Adioses” en Onetti: El ritual de la impostura, Hugo Verani (Ed.), Madrid, Taurus, 1987
ONETTI, Juan Carlos. Los Adioses, Buenos Aires, Aguilar, 2010
[1]El narrador explicita esta estrategia al atribuírsela a Andrade, aunque le añade la divulgación: “Andrade montaba en la bicicleta y regresaba viboreando hasta su oficina o continuaba recorriendo las casas de la sierra que administraba, pensando en lo que había visto, en lo que era admisible deducir, en lo que podía mentir y contar” (p.112)
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