Nos dirigíamos con Silvana López, Ferro, Teresa Gatto y yo por el playón de Malba hacia la vereda, para caminar por Figueroa Alcorta hacia el estacionamiento del shopping, dónde López –así le decía Roberto– dejaba siempre el auto cuando hacíamos las jornadas ILH-MALBA. López nos acercaría hasta un punto cercano a nuestra casa, como siempre. Era la excusa perfecta para hablar y compartir, esa especie de rémora de las palabras que se habían expresado en las jornadas, que como ecos se presentaban en la conversación en el auto. Esa especie de epílogo para mí era casi la más importante razón para participar de la organización de las jornadas. Era una verdadera fiesta. Deseaba que el viaje sea largo, iba calculando las cuadras faltantes para no perderme la charla y la risa. A veces deseaba que a ese viaje yo pudiera volver por mi propia voluntad cuando quisiera, subirme al auto de López durante siete u ocho kilómetros de charla literaria. Lo mismo deseo ahora. Quizás estás ahora, Roberto, en ese viaje como un ensueño literario en el que se juntaban en una mezcla perfecta la literatura, la amistad y la risa.
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Literatura latinoamericana
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