Estar solo puede ser a veces una deriva para la libertad o transformarse de manera imperceptible en la jaula traslúcida que contamina la posibilidad de resguardo; las decisiones que trastocan el orden no solo subvierten los posibles narrativos -en la vida y en la ficción- obturando la congruencia de lo esperable, sino que también pueden desviar de manera sorprendente los sucesos para lograr lo inesperado, la sorpresa, pero no de manera tal que eso desbarajusta lo que puede descansar como opciones cotidianas, sino como un acontecer extraño que excede en la vida de algunas personas lo que estamos acostumbrados a atravesar.
La muerte que en la vida es el fin, articula en el género policial la opción de sucesos posteriores. No clausura, sino que multiplica en pistas e investigaciones, inferencias y lógicas diversas, innumerables modos de organización que superan la instancia del fin devenida en inicio. A partir de una sustentabilidad consabida que promete una resolución, más o menos lograda, más o menos brillante, más o menos compleja y quizá un poco espectral, el orden de los sucesos genera en el lector la sensación de continuidad relativamente esperable del género.
En la novela de José Luis Valls, la trama articulada trabaja con la fricción de lo inimaginable, pero sin ocupar los lugares esperables relacionados con la muerte como puntapié inicial, sino que va a tomar el homicidio como punto de encuentro entre la corrupción y la inocencia, abriendo la brecha a los mecanismos relacionados con la trata de personas en virtud de las posibilidades de los agentes de la fuerza policial y del poder político para utilizar la información de los ciudadanos en virtud de sus negocios oscuros y siniestros, en los que la muerte solo predetermina un cambio de actores pero las mimas líneas, el mismo sometimiento, el mismo modo de tomar sin permiso ni piedad lo que no les corresponde.
La protagonista que narra la historia no utiliza la primera persona para debatirse entre moralinas ni llenar páginas con pensamientos profundos antes de tomar una decisión, sino que va viviendo un poco sin pensar, atravesando la vida y actuando con naturalidad en función de lo que va proponiendo el destino de papel; sin detenerse tanto sino dejándose llevar por sus impulsos y una psicología sencilla, una vida relativamente común -una joven de provincia que viene a la gran ciudad a estudiar y trabaja para mantenerse- y en ese tránsito un hecho, un punto de inflexión que la sumerge en una trama que parece lo que no es, que interviene su percepción, su deseo y que es manipulada con habilidad por el cinismo de los que manejan la vida de los otros como en un juego.
Lo que va a ir sucediendo va a conservar siempre el hálito de la irresponsabilidad juvenil que le confiere intriga y al mismo tiempo va a ir resaltando, en la dicción sencilla y coloquial de un personaje algo desdibujado al principio, pero que va tomando forma a medida que avance la narración, y al mismo tiempo va a ir insinuando un modo particular de relacionarse con las personas y los sucesos junto con algunas congruencias a la hora de tomar las decisiones que la lleven a la catástrofe siempre afortunada de un destino al borde del descalabro. Solitaria por destino y no por elección, siempre al borde entre la inocencia exasperante y la falta de coherencia ligada al desenfreno de una vida sexual desligada de responsabilidades producto de un pasado hostil, Muñeca va a intentar sobrellevar una vida sin sobresaltos sin imaginarse los destinos posibles que la acechan.
Su deseo de progresar y aprobar los exámenes la coloca físicamente en el lugar y el momento equivocados, pero en realidad si se tienen en cuenta los detalles, recién al final puede comprobarse que la historia no era lo que a simple vista asomaba como propuesta, sino que la trama invita a pensar en cómo, por debajo de los sucesos que parecen casuales, se mueven sigilosas las garras del crimen organizado en manos de altos funcionarios del gobierno que poseen no solo el dinero y el poder de hacer dinero a costa del sometimiento de las personas, sino la información necesaria para engañar a una estudiante de provincia completamente ajena a la existencia de esas redes pero lo suficientemente sola como para creer el cuento de la salvación, la lujuria y la comodidad económica gratuita.
Sin embargo, gracias a lo que parece el mismo azar que la introduce en esa trama terrible, la libera de las garras como por arte de magia un segundo antes de que se concrete el espanto. La muerte la sumerge en un mundo oscuro y complejo, de transgresión de los límites, y al mismo tiempo la libra de caer en la red de trata para la que fue evidentemente “seleccionada”. Como un muñeco del destino vinculado a la acción quieta de las palabras, parece ir asistiendo de manera incierta, como surcando el viento de los hechos hilvanados hábilmente y con sutileza, a la narración que deja entrever cómo, por entre los pliegues de la gran ciudad, las pequeñas vidas solitarias quedan presas de tal inmensidad.
La escritura -esa perversa que todo lo conserva y lo transforma- inflama las fauces sin aliento de la discontinuidad que el tiempo vierte en el devenir imagen del orden de las palabras. La transfiguración de los modos de articulación -o dosificación- de la información en la novela Bravano solo contribuyen a alimentar el cosmos en que queda inmersa la secuencia de acciones vertiginosas y acomodadas con destreza, sino que también convocan el recuerdo de un pasado que es presente de infinitas historias y que puede ser escrito porque fue obturado -afortunadamente- el desenlace que lamentablemente pudre la vida de tantas personas.
Ana Abregú.
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Literatura latinoamericana
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