Así, el año 55 no me remite inicialmente al golpe de Estado contra Perón, ni a la pavorosa infección que me tomó la garganta y me tuvo a maltraer un mes sin ir al colegio, sino la derrota de River frente a Boca por 4 a 0; 1966 no es el del derrocamiento de Íllia por la derecha católica sino el del robo, uno más, de los ingleses en el mundial de Londres. Quisiera ser preciso, no es que los hechos de la historia social, del pasado de mi país no sean significativos ni que las mujeres que he amado y me han abandonado pero luego me dicen que soy inolvidable, ni que los hijos que me denostan y que me reivindican a las dos semanas, no me importen; trato de explicar que en mi ordenamiento imaginario esos episodios futbolísticos suponen una suerte de la carátula de cada año en mi calendario personal; después los contenidos tienen otras vibraciones, las muertes de mis padres, el asesinato y tortura de mis amigos, la aparición de algún libro, el nacimiento de un hijo, producen fuertes vibraciones y le dan consistencia e identidad a mi memoria.
Esa circunstancia personal me permite observar con mayor detenimiento una actitud que satura las voces de los medios de prensa hegemónicos, en cualquiera de sus modalidades, o de políticos de la oposición que han olvidado repentinamente que en los últimos cuatro años convirtieron a la Argentina en el coto de caza de una jauría de hampones que la desvalijaron endeudándola como nunca antes desde Rivadavia. En un paralelismo, entonces, desfilan por mi memoria las imágenes de Pelé, Maradona, Sócrates, Tostao, Messi, Gerson, Rocha, Francescoli, Alonso, la lista podría ser muy larga, después que el arquero rival les haya atajado un penal, y la voz de los relatores y comentaristas, diciendo que la tenían que haber tirado a la derecha si lo habían hecho a la izquierda, por debajo si había ido arriba. Son los grandes capacitados a posteriori, ejemplo modélico de inteligencia con delay. Por eso a medida que avanza la pandemia y el gobierno intenta enfrentarla con medidas que minimicen la pérdida de vidas humanas y se va imponiendo la exigencia de hacer modificaciones y rectificaciones aparecen los columnistas de los grandes diarios, las voces alarmadas de los conductores de programas radiales y televisivos, alertándonos de los errores cometidos porque había que patear a la derecha o arriba.
Me produce un desmesurado deslumbramiento la iniquidad ética de esos tipos, pero me dura poco, porque mi memoria tiene el registro imborrable de que el editorialista de Clarín fue joven brillante en el 77 y la medalla se la entregó el genocida Videla, y que el de La Nación, fue exégeta y confidente del genocida Bussi. Será por eso que absuelvo y sonrío esa voz me viene del pasado diciendo, “No, Diego, era la izquierda”, a pesar de que me sirven de parámetro, ellos son inimputables, los otros, en cambio, son colaboracionistas. Por lo menos así lo veo yo.
Roberto Ferro
Buenos Aires, Coghlan, agosto de 2020.
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