METALITERATURA

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UNA SENCILLEZ APARENTE

11/4/2004 De interes
La idea
 
Por:   Luis Ormaechea
La idea de realizar un largometraje de ficción con actores no profesionales se le ocurrió a Carlos Sorín hace unos años mientras filmaba un comercial en el cual se narraba el impacto causado en un pequeño pueblo de la Patagonia por la instalación de un teléfono (el del paisano que decía "¡Hola vieja!, ¿a que no sabés de dónde te estoy hablando?"). Al arribar a ese poblado vio que la gran excitación que había entre sus habitantes se debía no tanto a la presencia de un equipo de filmación como a la llegada misma del teléfono. En ese instante, se dio cuenta que no tenía sentido filmar una representación de algo que tenía realmente frente a sus ojos, mandó a sus actores de vuelta a Buenos Aires y rodó con los pobladores, verdaderos protagonistas de la historia. Luego de esta exitosa experiencia, bocetó tres historias junto al guionista Pablo Solarz y comenzó un casting por distintos lugares del territorio argentino. Una vez efectuada la primera selección, reescribieron el guión en función del elenco. De este modo, Historias mínimas nació como la exploración de uno de los distintos modos de encarar el tema de la representación de la realidad. Probablemente, la mayor diferencia entre un largometraje de ficción y un documental resida en el hecho de que la ficción maneja materiales que sólo existen para el film, mientras que los personajes y sucesos del documental tienen o tuvieron una existencia independiente del acto de filmar. Carlos Sorín puso en cuestión este límite al hacer que el actor y el personaje fueran la misma persona. No es la primera vez que este director juega en los ambiguos y difumados bordes que separan a la ficción de la realidad. En su opera prima, La película del rey (1986) la historia de un director de cine y la historia del rey terminaban siendo una sola, la de una pasión compartida. Al año siguiente, filmó La era del ñandú, un documental apócrifo para el ciclo televisivo Ciencia y Conciencia. Tomando como punto de partida el famoso caso de la crotoxina (un medicamento que supuestamente curaba el cáncer), Sorín construyó un relato combinando una historia disparatada con los códigos del realismo televisivo, dando como resultado un sorprendente efecto de credibilidad en la audiencia.