METALITERATURA

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Escribir y leer la vida

1/17/2023 De interes

Julio Barco, El nuevo fuego. Lima: Editorial Higuerilla, 2023.

[Imagínate, estás en Lima, pasas por un mercado de abastos, vas de pie en la micro, entras a un lugar como el Queirolo a tomar una pilsen, buscas una respuesta en el puesto del poeta Yzquierdo Duclós en Gamarra, compartes un mototaxi y siempre ves al mismo muchacho, el de los ojos tristes incendiados. En sus manos, no es un libro lo que porta, sino un instrumento de supervivencia y lucha. Un tratado, a estas alturas, de casi mil trescientas páginas. El nuevo fuego lo último de Julio Barco, un escritor que no necesita presentación, un habitué en Metaliteratura]

 
Por:   Nicolás López Pérez

“Pues la única gente que me interesa es la que está loca, esa que está loca por vivir, loca por hablar, deseosa de todo al mismo tiempo, esa que nunca bosteza ni dice un lugar común… sino que arde, arde, arde como bengalas a lo largo de la noche” (Jack Kerouac, On the Road. The Original Scroll. Londres: Penguin, 2008, p. 113. Traducción propia).

Probablemente a Kerouac le habría agradado un tipo como Julio Barco (n. 1991) y este último lo habría incluido en esas aventuras vitales, más de una vez, si se hubieran topado en alguna plaza, calle, bar, parque de Lima. Del otro lado, quizás el peruano habría sido un personaje en alguna novela autobiográfica del estadounidense. Nunca se puede saber. La imaginación es un tesoro que se tiene sea en literatura como en el arte y, sin duda, en la vida misma. Es, al mismo tiempo, un arma de doble filo.

Barco es un poco de esa gente loca y no lo digo solamente por aventurarse a la publicación autogestionada de sus diarios entre el 2019 y el 2022, sino por su entrega a la literatura, incluso a veces que evidencia una precariedad material propia y del entorno, quiero decir, contra toda esperanza. Un muchacho que enloquece, desayuna, almuerza y cena libros como si fueran el pan de cada día. El nuevo fuego es lo que se asoma a seguir encendido en un rincón sudamericano entre la sierra peruana y el esplendor del Pacífico.  

Ahora bien, lo hemos oído por ahí, se asoma, en especial, con trabajos de estar envergadura, ¿a qué suena el ruido “escritura total”? La vida no cabe ni en uno ni en demasiados libros. Sin embargo, lo que Julio Barco nos demuestra con la primera entrega de su proyecto autobiográfico colosal Los Elementos es que no hay muerte posible que alcance a un poeta, a un archivo, a la necesidad de darse una casa. El nuevo fuego es un monumento a la tenacidad e ímpetu creativo, a la necesidad de registrar los pormenores del oficio. Si hay obras como las de Vivian Maier que producen una cantidad impresionante de instantáneas de un espacio y tiempo, este joven prodigio limeño desborda las fronteras de cuatro años hasta detallar su ABC y el paso a paso de una más que prometedora huella en la tradición literaria del Perú y Latinoamérica. En más de un millar de páginas aumenta los distintos registros de su propia trayectoria. Esta es, una alucinante propuesta de lo que se parecería a los mejores sueños de una escritura total.

 

Es probable que esta locura por vivir sea documentar este mundo que es cruel y hermoso a la vez. Casi como el shock energético que le venía a Maier cada mañana al tomar una cámara e ir a documentar cómo es el espacio donde se habita, se culea, se caga, se ríe, se vomita, se llora y donde los demás verbos habidos y por haber se vuelven carne de la carne. Este diario se inicia el primero de mayo del 2019: “La cosa es que ahora soy poeta y tengo que asumir esto. No como una realidad para nadie, sino como una para mí mismo” (p. 9). Algunas veces los inicios son el golpe seguro que da un escritor a un lector.

Este es un diario de poeta. Es diferente del que Martín Adán edita en 1976, ese que ejecuta una métrica clásica casi perfecta. Es diferente del Aprendizaje de la limpieza (1978) de Rodolfo Hinostroza, los fragmentos dispersos en prosa de César Moro y César Vallejo e incluso de los Cuadernos de quimioterapia (2012), Diario de una costurera proletaria (2013) e Y la muerte no tendrá dominio (2019) de Victoria Guerrero Peirano. También guarda distancias con el diario inédito (1980-1995) de Enrique Verástegui y con sus otros ejercicios de escritura afín como Diario de Arequipa (1991, 2016), Diario de Menorca (escrito en 1977, publicado en 2003), Diario de Cerro azul y Diario de filmación, estos dos últimos, recogidos por la revista Sol Negro el año 2007. Igualmente, resulta distinto de los registros de José María Arguedas en El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971). Probablemente, el pariente más cercano es La tentación del fracaso (1992-1995) de Julio Ramón Ribeyro.

El nuevo fuego es un diario también que no por tener una extensión de mil trescientas páginas lo hace excepcional por sobre los demás, sino que es su contenido lo que lo destaca y sitúa en la senda de obras como las de Anaïs Nin y de otras célebres, con estilos bastante particulares, como, entre otros, Henri-Frédéric Amiel, Paul Léautaud, Cesare Pavese, Bertolt Brecht, Allen Ginsberg, Witold Gombrowicz, Ricardo Piglia y Chantal Maillard. La lista no es corta, pero tal vez los que me resultan más relevantes para mencionar.

Algunos de los aludidos publicaron en vida, otros lo hicieron de forma póstuma. Ginsberg, de la mano de uno de sus últimos editores, Michael Schumacher, y el patrocinio de la Universidad de Minnesota, no ha visto cómo se ha extendido su obra en más diarios de los que habría podido imaginar o, al menos, proyectar. Lo interesante aquí es la carencia de cierre.

Si el diario como género literario no es algo nuevo, ¿por qué hemos de asistir a un acontecimiento diferente? Pienso, diferente, del “diario de poeta”, ¿no son, a estas alturas, los blogs o las redes sociales potenciales diarios de tantos que escriben? ¿Qué hacemos con las palabras de Yevgeny Yevtushenko al inicio de su Autobiografía precoz (1966), esto es, “la autobiografía de un poeta son sus poemas, el resto es solo comentario”? ¿A qué pregunta responde Barco, por lo tanto, con este libro? ¿O podrá ser un ejercicio de onanismo derivado de una poesía lírica autorreferencial? Es posible que lo último no lo haya dicho yo, lo pongo en tela de juicio sobre ciertos misreading de la obra de este joven poeta limeño. En síntesis, lo que quiero problematizar es ¿por qué vale la pena comprar, leer y sumergirnos en este pequeño gran universo?

Hasta aquí, Barco perfectamente estaba haciendo una continuidad de su pathos como escritor, a lo largo de sus poemarios y de su novela Semen: simetría del joven sol (2019-2020). Desde Me da pena que la gente crezca (2012) hasta su más reciente Resumen (Ciudad Lila) (2022) que se observa esa concomitancia entre la vida y lo que queda escrito. La obra es una artesanía que describe los latidos por segundo, minuto, hora y día de un poeta. En la citada Semen… se aprecia el uso de un período de silencio literario de Barco, posiblemente entre el 2015 y el 2018, pero ahí lo tenemos. La vocación de hacer de la vida una obra de arte se ha logrado provisionalmente, en diez años. El diario, por otra parte, aparece como un sedimento de la experiencia poética, lo que sobra, lo que no cabe en la estructura del poema tal como la piensa Barco. En sí, la extensión de los márgenes de lo posible de una escritura que no se satisface con el poema como derrotero.

 

En Made in Perú (2021) se publicó un extracto del diario de mayo de 2019, “El cielo de oro”, siendo un adelanto a un producto que, en aquel entonces, no se tenía claridad de su concreción. Sino más bien, Barco se obstinó con la escritura periódica, con el registro, con los reportajes de su propia realidad, con los despachos desde la melodía de su cabeza y lo que entraba por sus sentidos. La última entrada es del día 30 de septiembre de 2022.

En este caso, Yevtushenko tenía razón: la autobiografía de este poeta sí está en sus versos. Sin embargo, la pregunta, a mi juicio, a que Barco responde es la del estilo. En efecto, el acento está en lo que Raymond Queneau comenzó a ensayar en su conocido y didáctico Exercises de style (1947), pero que aquí no es contar 99 veces la misma historia, sino tejerla, otra vez, desde una perspectiva que no se limita a ser reconocida y capturada dentro de la figura “poema”, ni mucho menos se constriñe a una cantidad de figuras literarias posibles. Es, en realidad, una prosa desenfrenada y salvaje que no escatima en nombres propios, referencias y juicios de valor. Parece ser, a veces, la cabeza de este antes conocido viviente lírico, enfrentando el destino de cada día como si fuera el último.

El nuevo fuego es una colisión de intensidades, como si fueran galaxias que quieren comerse las unas a las otras. O es la vida o es la obra, ambas caben, en parte, en la misma casa. A ratos la contradicción se observa, pero no resulta ser problemática, sino con una paz que puede alcanzarse con un grado de libertad inédito en la obra de este joven: ejercer el derecho a decirlo todo, incluso lo que no fue y lo que podría haber sido.

La similitud, en el estilo que Barco ensaya, propone y dispone, está en el diario de Ribeyro. En el trabajo de este último, hay una valoración de lo que se lee, las funciones de la literatura, la idea del escritor y las discontinuidades entre todas las operaciones que hacen posible “lo literario” como fuerza del lenguaje y la palabra. Ribeyro, por otra parte, previene que “el diario íntimo es una ocupación peligrosa, que puede cerrar la comunicación con los otros y confinarnos en un soliloquio estéril y secreto” y hace presente que, en su caso, “el diario se convirtió para mí en una necesidad, en una compañía y en un complemento a mi actividad estrictamente literaria”. Y no se frena ahí este escritor, dice que en este formar parte se tejió entre su diario y su obra de ficción “una apretada trama de reflejos y reenvíos”. En la edición que cuenta con el prólogo del escritor español Enrique Vila-Matas, el diario sería un ejercicio para “apartarse de uno mismo”. Una opinión contraria se haya en el citado trabajo de Hinostroza.

El diario es un cadáver, es el ataúd de la fe literaria presente de un escritor. Posiblemente, en la época en que Ribeyro escribió el suyo (1950-1978) los mecanismos de subjetivación y el estado actual del mundo estaba en ciernes. Ribeyro vivió, por ejemplo, hechos como la Guerra Fría que condicionó -y aún condiciona- la configuración global a nivel geopolítico y socioeconómico. Asimismo, en el Perú la situación tenía otros tintes de convulsión. Seguramente un diario de los años noventa de un escritor o escritora peruana que desconozco podría hablar del “fujimorato” o del auge y caída de Sendero Luminoso. El asunto que me hace pensar no es tanto la cantidad de hechos, pese a que el contexto se cuela en el texto. El crítico Edward Said llamó a este proceso “mundanidad” (worldliness), al cómo quedan las marcas y huellas del tiempo en que la escritura tuvo lugar. Ribeyro vivió, con calma, la hegemonía de la máquina de escribir. No obstante, en los confines de su diario no se encuentran las maneras de re-producción que conocemos en la actualidad como: la fotocopia, la impresión offset, el print-on-demand y el tinglado abierto que prometen las redes sociales. Con todo, el diario de Barco se inserta en un contexto tecnológico diverso al de Ribeyro. La capacidad que tiene, hoy en día, de replicar su El nuevo fuego con facilidad, obedece a una disponibilidad de medios inédita e improbable para sus predecesores. Misma cosa en el ímpetu, producto de la sociedad de consumo, la aceleración que produce el estar hiperconectado mediante plataformas donde se cree que los otros nos están observando y, por consiguiente, están pendientes de lo que hacemos, quizás porque tendemos a hacer lo mismo.

No solo la alienación producto de este desarrollo de técnicas, sino la consecuencia del agotamiento y la trampa que Barco, por ejemplo, pretendió (y logró) desarticular en su poemario Arder (2019). Me refiero al “¿y ahora qué estás pensando?” que Facebook colocó, en principio, al centro de las vidas de jóvenes y, luego, en personas de un segmento etario más próximo a la vejez. El ímpetu por dar cuenta de la vida es el desborde de la voz sea en su suficiencia como en su carencia. Quizás como en el mundo distópico-burocrático imaginado por el jurista Carl Schmitt en 1918 bajo el título de “Die Buribunken” que, Friedrich Kittler rescata de manera notable en la historia de la máquina de escribir. Schmitt plantea un mundo ficticio donde todo el mundo tiene una máquina de escribir y está obligado a escribir sobre lo que ha hecho durante el día, no existe la posibilidad de eximirse de tal comportamiento.

Este diario es parte de la historia del teclado, ya que este es el vehículo por excelencia que empleó y emplea Barco para escribir y darse escritura, es una extensión de estas prácticas que condicionan el modelo de pensamiento y lo aceleran. Digamos que la hoja del documento de Word da una posibilidad inédita que en cien años de máquina de escribir no se presentó: la posibilidad de ver lo que se escribe, borrar y almacenar sin necesidad de ocupar espacio físico. Es un aquí y ahora donde la subjetividad se puede producir y reproducir sin límites.

En efecto, El nuevo fuego es parte de ese ciclo de entrecruzamientos con la máquina y con el Internet. Eso lo hace diferente de los demás textos que se mencionan. La capacidad de sentir y estallar se encuentra hiperconectada, como ya dije, con los demás a partir de las plataformas donde existimos a partir de la vigencia que tenemos. Si no se habla en la virtualidad, no se existe. Barco es un asiduo de las redes sociales, maneja el notable portal Lenguaje Perú y la mayor parte de su trabajo circula de manera digital. En el fondo, este diario podrá servir como un documento no solo para estudiar la obra de un escritor, sino para ver las formas de alienación a que lo virtual y la apertura y, a la vez, reducción del campo cultural generan en obras que terminan aferradas a su propia épica y que, a la postre, son islas. Cuidado: aquí puede presentarse la esterilidad de ese soliloquio secreto al que alude Ribeyro. Ahora bien, Barco en su diario nos menciona bastantes personajes que participan de la cultura y la bohemia limeña, no entraré en detalles. Sin embargo, es una pequeña parte de la misma, por más que a menudo puedan entrar en contacto. La fragmentación del campo cultural y, este entendido como un terreno de batalla (si se piensa en Pierre Bourdieu), resulta siempre estar en una pose de resistencia contra la resistencia misma. Y desde este punto: el exceso (la excepción) y el defecto (el anacronismo).

Por otra parte, en el estilo hay una idea en el diario que queda claro el soporte tecnológico al que refiere: “Habitamos la casa de la palabra, el lenguaje como escenario más íntimo, como una suerte de cámara filmadora que va grabando nuestra escenificación de cada sustancia, de cada objeto. Eso es la mente y no podemos huir de ella, ni de su fuerza, ni de su examen” (pp. 753-754). Si bien el énfasis de la estética y formas poéticas de Barco parece brotar de la mente como semiósfera, las andanzas y aventuras son una versión acelerada de sus propios ídolos: los parnasianos, los romanticistas, los simbolistas, los infrarrealistas y los horazerianos. Lo que cambia es el escenario y el contexto, a veces nos encontramos con ejecuciones de la escritura notables que nos hacen pensar en Le Livre de Monelle (1894) de Marcel Schwob o Los detectives salvajes (1998) de Roberto Bolaño.

El nuevo fuego es una obra, igualmente, que supera en extensión todo lo escrito antes por Barco. Parece ser que este sedimento de la experiencia literaria hace ver a la poesía como la parte y a este intento totalizante como el universo. Por ejemplo, la poesía queda relegada a un espacio más bien secundario: “Todo es soledad y mis poemas ahora son jardines donde intento columpiar mis sentimientos” (p. 1066). El diario va más allá que los poemas y es, al igual que en el caso de Ribeyro, una necesidad, una compañía de la mayor parte de los días. Excluyo la idea del complemento, porque me parece que, visto y considerando, la poesía lo es de la totalidad. Asimismo, es la expresión excelsa del espíritu de un artista, como lo cree el joven limeño, leyendo y sintonizando a sus clásicos ilustrados de referencia como Johann Wolfgang von Goethe, Friedrich Hölderlin, Friedrich Nietzsche y los incombustibles Vallejo y Abraham Valdelomar.

Finalmente, la escritura total comprende todo un universo a disposición. No estoy seguro si lo logra, pero se ha aproximado bastante. Porque ni yo ni otra voz sabríamos decir qué es “total”, a estas alturas solo la vida cabe en la vida y la literatura no es suficiente. A esperar, quizás cuándo, la segunda entrega de Los Elementos. Hay Barco, hay un loco -de esos queridos por Kerouac- para rato. Guste a quien guste y disguste a quien disguste. Es tiempo del nuevo fuego.

 




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Literatura latinoamericana

Nicolás López-Pérez nació en Rancagua, Chile, en 1990. Poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost. Administra la mediateca de poesía “La comparecencia infinita”. Ha publicado las plaquettes Geografía de las geografías (Litost, 2018) y Coca-Cola Blues (Vuelva Pronto Ediciones, 2019); los artefactos La violencia creadora (2019) y El sol ciego (2020) y el objeto de reacción literaria Escombrario (2019), estos últimos tres por Contraeditorial Astronómica; y el libro Tipos de triángulos (Metaliteratura, 2020). Traduce y hace coleccionismo de ocasión en su blog “La costura del propio codex”. Reside en la ciudad de Santiago.