Rebeldía contra el silencio y la voz. Si en Goya “el sueño de la razón produce monstruos”, crear un campo magnético, de fuerza, donde dejar dormir a la razón para que los monstruos respiren, palpiten sus corazones en un mundo del que no saben mucho, pero al que se parecen más de lo que creen. ¿Y quiénes son los monstruos? No es que el infierno sean los otros, es que la poesía es un ensayo de vida, y los sedimentos que quedan de otro tipo de escrituras se niegan a abandonar el collage que urden los sentidos y referencias aquí reunidas.
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Imágenes, pero también escenas, preguntas, arquetipos e íconos. Formas semióticas que inducen a la expansión del horizonte de posibilidades estéticas del pensamiento. Pensemos al poema como un ejercicio de concentración, un pequeño Big Bang de lenguaje. Para llegar a la concentración, una serie de procedimientos. La escritura se ve como un procedimiento, como una forma de programar un software que se ejecuta en otro sistema operativo. Así como instalamos Word, Excel, Zoom o Chrome en un computador, el efecto de lo poético se instala en nuestra manera de ver las cosas. Y se instala con sutileza para cómo vamos a seguir relacionándonos con la poesía. Para llegar a la concentración, materia prima, manufactura, progresos, informes, proyectos. Los demás géneros que pueden parecer referenciales son parte de quien escribe. Lo que exista, en cada caso. Entrevistas, epistolarios, cuadernos, libretas, borradores, huellas digitales (blogs y cualquiera otra plataforma donde dejar un log, un registro de ideas), ensayos, columnas de opinión, crónicas, recensiones, reportajes, son espacios que ya no amplifican la obra, sino nos dejan en dos posiciones nuevas con respecto a la noción de autor. Primero, que el autor es un dispositivo de relaciones y asociaciones. Segundo, que la obra es el continente y el pensamiento el contenido.
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En poesía, las escrituras que parecen ser complementarias son recopiladas como un esfuerzo en una unidad de obra. Y no solo escrituras, sino también otros materiales multimedia. La poesía, pensada como género, nos dice mucho en la relación de sus autores con el mundo.
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La entrevista como materia prima para escudriñar en el pensamiento literario de un/a autor/a. Hay entrevistas que se gramatizan. Algunas que cortan y pegan el material de una. O las que se hacen en forma nota periodística, donde no hay una dinámica de preguntas y respuestas.
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Soñar lo que no se escribe, diciéndose. Decir lo que se escribe. O decir cómo no se escribe, sino cómo se está escribiendo sin escribir. Escritura sin escritura, un sueño o un trozo de imaginación, de imagen en acción. En el habla se van desenredando palabras e imágenes, los posibles desfases entre la causa y el efecto del lenguaje se acortan. Algunas ideas: La entrevista como parte de la literatura, más allá del dominio de la llamada “entrevista literaria”. La pregunta como modo de conocimiento. El diálogo como amplificador de la pregunta. El entrevistado es un sujeto poético, un personaje de fantasía y un objeto de la audacia del entrevistador. La pregunta funciona como extensión del pensamiento de un autor. Y no solo en un ámbito autobiográfico o crítico, sino como una manera de humanizar la práctica de la escritura o su sueño. El término “entrevista”, en su versión anglo (interview), aparece por vez primera en el siglo XVI, proveniente del verbo “entrever” y refiriéndose a la instancia formal en que se produce una reunión con personeros de la monarquía. Su evolución ha permitido generar perfiles, extraer información relevante y, en buen término, ofrecer guías y aclaraciones en el análisis y el estudio de obras literarias. En general, las preguntas que ocurren en una entrevista pueden volver en o a otra. Como carta de navegación. Como instrucciones de uso.
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Una entrevista a un/a escritor/a puede ser considerado como un trozo de memoria fidedigno. Un pedazo de autobiografía y no me refiero a una literaria. Una entrevista es una carretilla de material que está disponible o no al estudio de la condición de posibilidad de una obra. Contexto, vivencias, experiencias, confesiones, de una manera menos hermética y, por tanto, medida pero conversacional, del margen de la propia vida. Al mismo tiempo, humano, con la posibilidad de escuchar. De-tener un poco al personaje que está detrás de sus libros y procedimientos. La entrevista como posibilidad literaria emerge al unir los cables que están detrás de la maquinaria literaria de una autora. Y esa posibilidad tiene tanta vitalidad como el ensayo, la referencia crítica.
En ese sentido, la entrevista como un punto de referencia, puede observarse el trabajo que ha hecho The Paris Review (revista literaria con asiento en Estados Unidos) desde 1953. Un trabajo a partir de series, de temáticas, como una pequeña biblioteca donde consultar esa excepcionalidad -que desde el afuera hacia adentro, ida y vuelta- pone de relieve una entrevista. The Paris Review ha compilado algunas de las entrevistas a l_s escritor_s más destacad_s, en volúmenes titulados “Writers at work”. En la entrevista, una fascinación. Un justo medio y la pretendida excepcionalidad de tener un espacio donde suturar un “alrededor” en la propia obra. Un “alrededor” que es parte del núcleo también. Desde ahí perfilar una escritura total, una escritura ya no de los géneros literarios, sino de la literatura en todo su esplendor.
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No se limite la entrevista a un perfil, a una breve biografía intelectual. Aunque la conversación pone en un pie horizontal y tendiente a la simetría entre sus participantes, la entrevista también es una creación conjunta, pese a que existan definiciones, puntos de fuga, objetivos predefinidos por parte del entrevistador. La entrevista literaria nace al alero de los periódicos, de las publicaciones contingentes que dan a entender actualidad. La literatura en gerundio: del leyendo, escribiendo, pensando, imaginando, viviendo. La humanización del oficio de la escritura supone aterrizar, visitar a una mente creativa en su laboratorio, en su quirófano del lenguaje. Un poco como –usaré dos frases de referencia- “la poesía debe ser hecha por todos” (en el Conde de Lautréamont) y un poco como “los poetas bajaron del Olimpo” (Nicanor Parra). O tal vez como el monólogo de la propia obra que está hablando en otro lenguaje. Conocer, por ejemplo, los libros que un/a escritor/a leyó en su temprana adolescencia, si en su familia hubo escritor_s antes que tal o cuántas veces y a dónde tuvo que mudarse, si de la costa al interior, si del pueblo a una metrópolis. Un gran archivo, un álbum de fotos en conversación.
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En la obra, se puede leer una vida, una que funciona –a la vez- como condición de posibilidad de literatura. Si buceamos en un par de entrevistas y luego en el libro que ha dado lugar a todas estas palabras, veremos que todo y nada quedan atrás, que la poesía carga solo lo que puede llevar, y la fuerza de un cuerpo traslada vectores que son parte de lo frágil, lo más devastado, lo desolador de estar vivo y lo definitivo, lo que no tiene retorno. Con la energía que se ejercita el movimiento de los vectores, soñar con vidas que sanen y se reconcilien con su propio tiempo o con los fantasmas que ralentizan el paso de las mutaciones.
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La escritora argentina Sylvia Molloy en un texto breve sobre genealogías lectoras, titulado “Sentido de ausencias” (publicado en la revista Iberoamericana N° 132-133, 1985) cuenta que, a menudo, en entrevistas le han consultado por “qué escritores la han marcado”. La pregunta parece tener dos aristas. La primera, en el género de un canon propio, de las afinidades electivas más inmediatas. La segunda, en la desnudez de quien escribe, pidiendo un acceso directo o uno no tan limitado al archivo vital de escritura, a los derroteros donde estuvo la obra de una misma. Y más allá, sobre cuáles personas me han marcado. Desde ahí, preguntarse por la cartografía de lecturas que, mezcladas con las inquietudes de la propia historia de uno, esos clásicos que la poeta mexicana Rosario Castellanos pone de relieve en su texto “entrevista de prensa”: “por qué y para qué escribe”.
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Las entrevistas literarias pueden ser entendidas más como una performance, como una sesión de autorretrato presente, pasado y futuro (sin amarrarse a éste), en lugar de ser solo enunciados genuinos de quienes hay una previa importancia que gatilla el contacto. Una performance sobre el acto de escribir, que hace crecer justamente lo escrito y el material de examen posible.
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